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Los mercados petroleros en busca de su normalidad

Por Luis Vielma Lobo
Ejecutivo con más de 40 años de experiencia en la industria, director de varias empresas y presidente de la Asociación Mexicana de Empresas de Servicios (AMESPAC).

La economía mundial y los mercados siguen recuperándose del colapso histórico de la demanda causada por la pandemia del 2020. El superávit de inventarios acumulados y las existencias mundiales de petróleo, excluyendo las reservas estratégicas, han vuelto a los niveles anteriores de dicho año. Sin embargo, muchos expertos consideran que el mundo ha entrado en una nueva y diferente era para el mercado de los hidrocarburos.

Las perspectivas de la demanda de petróleo han bajado como resultado de las decisiones de los gobiernos de seguir adelante con políticas sólidas para acelerar el cambio hacia las energías limpias, impulsando una agenda de recuperación sostenible como una forma de acelerar un futuro con bajas emisiones de carbono. No debemos subestimar el impacto que también han tenido los cambios en la conducta humana y la cultura organizacional, con los modelos de trabajo desde casa, disminución en los viajes aéreos por asuntos de negocio y la importancia otorgada al transporte híbrido y eléctrico.

No obstante, parecieran que estas fuerzas no están creando un dilema para los países y empresas productoras de petróleo reacias a dejar recursos en el subsuelo o construir nuevas capacidades que podrían permanecer inactivas. Las proyecciones de demanda energética fósil en la planeación de las diferentes empresas internacionales y nacionales siguen viendo una dependencia importante en las energías fósiles, lo cual impulsa la búsqueda continua de reservas para mantener sus niveles de reemplazo y seguir siendo competitivos.

Es poco probable que la demanda global de petróleo alcance la trayectoria que tenía antes de la debacle pandémica, pero aún existe una ausencia de políticas públicas que aceleren los cambios necesarios en las empresas operadoras y de servicios para desarrollar actividades alrededor del mundo que apunten a lograr el cumplimiento de los acuerdos de descarbonización y sostenibilidad acordados por los países comprometidos con el COP 21 de París, lo cual es un motivo que les permite seguir impulsando la oferta de petróleo.

En el año 2020 el incremento en la demanda de petróleo —según la Agencia Internacional de Energía AIE —se estimaba en 8.7 millones de barriles por día hacia el año 2025; no obstante, los incrementos reales que se esperan tener según los nuevos pronósticos serían de 4.0 MMBPD. La expectativa de producción del año 2023 es de 102.3 MMBPD y para el año 2024 se estima en 103.2 MMBPD. Para el año 2025 está previsto que alcance los 104 MMBPD, lo que representa una demanda menor en el orden de los 5 MMPD, en comparación con la anterior proyección del año 2022.

Se espera que todo este crecimiento de la demanda provenga de las economías emergentes y en desarrollo, y son producto del aumento de las poblaciones y los ingresos. La demanda de petróleo asiática seguirá aumentando con firmeza, aunque con un ritmo más lento que en el pasado reciente, y no se prevé que los indicadores de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) regresen a niveles existentes antes de la crisis, aun considerando el impacto que ha ocasionado el conflicto entre Ucrania y Rusia.

Es probable que la velocidad y profundidad de la recuperación sea desigual, tanto geográficamente como en lo que respecta a los sectores y productos. Del mismo modo, es poco probable que la demanda de gasolina vuelva a niveles del 2019, ya que la eficiencia y el cambio hacia los vehículos eléctricos está ocasionando un cambio importante en el crecimiento sólido de movilidad en el mundo en desarrollo. Se espera que los combustibles de aviación, los más golpeados por la crisis, se recuperen lentamente para el año 2024, pero factores externos como la eficacia de las reuniones de trabajo en línea, han probado que podrían alterar permanentemente las tendencias de los viajes comerciales.

La dramática baja en la demanda en el año 2020 permitió un espacio de capacidad de producción (colchón) del orden de los 9 MMBPD, lo cual es suficiente para mantener los mercados mundiales al menos durante los seis años siguientes dependiendo de la velocidad de recuperación de la demanda anual; aunque se estima que para el 2025 el aumento será de unos 5 MMBPD, volumen que puede ser administrado con la capacidad de producción cerrada existente.

Este contexto generó la reducción de las inversiones y los planes de expansión, pues aun considerando la capacidad de inversión existente se espera que la misma ascienda marginalmente, lo cual está condicionado por los factores mencionados anteriormente y el agravante de que ahora los inversionistas están tomando parte muy activa en las asambleas de las empresas, cuestionando la orientación que se está dando a las inversiones. El argumento principal de estos grupos de accionistas o inversionistas es el poco presupuesto asignado a proyectos asociados con energías alternas, que son fundamentales para reducir las consecuencias del cambio climático y sentar las bases de cero emisiones para el año 2050. Sin duda, esto significa un gran cambio en la visión y estrategias de las empresas para pasar de empresas productoras de hidrocarburos a empresas productoras de energía.

Se requerirá un giro mucho más fuerte hacia un futuro de energía más limpio para poder alcanzar los ambiciosos objetivos para mediados de siglo de cero emisiones netas. Esto implicará políticas gubernamentales y acciones legislativas más concretas, así como cambios importantes en el comportamiento del ciudadano y la sociedad en su conjunto. Se necesitarán mejoras en la eficiencia del combustible, un esquema más amigable del teletrabajo, la reducción de los viajes de negocios, mayor penetración de los vehículos eléctricos en el mercado, nuevas políticas para frenar el uso del petróleo en el sector de la energía, así como más esfuerzo en la educación y divulgación de los beneficios del reciclaje. En conjunto, estas acciones podrían reducir el uso de petróleo en los niveles mencionados por la AIE para 2025, lo que significaría que la demanda de petróleo seguiría por debajo de los niveles anteriores a la crisis generada por el COVID-19.

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