Por Luis Vielma Lobo (*)
Recientemente se cumplieron 30 años de la publicación del libro “Los siete hábitos de la gente altamente efectiva” y durante este tiempo sus conceptos mantienen una vigencia extraordinaria. El libro que presenta una forma de ver la vida con base en siete principios fundamentales, nos da una práctica paso a paso – pudiéramos decir – para mantener una línea de vida honesta, íntegra, con dignidad y equidad.
Consideramos oportuno traer a nuestras tertulias, pláticas, mesas de trabajo y reflexiones diarias, las líneas conceptuales propuestas por su autor, quien mantiene una vigencia a través del legado que dejó para su hijo y equipo humano quienes han sido responsables de mantenerlo.
El Dr. Stephen Covey – autor del libro – fue una fuente de inspiración para gobernantes, políticos, ejecutivos, académicos, alumnos, padres de familia e hijos. El gran valor de sus conceptos ha sido la sencillez con que son presentados, y que facilitan su entendimiento a una audiencia muy amplia, desde un alto ejecutivo, un político, un ama de casa, hasta un joven estudiante de secundaria.
La claridad y sencillez de sus principios siguen vigentes y son una herramienta poderosa para forjar la seguridad y reforzar la auto estima necesaria, para entender las realidades presentes y las transformaciones que tendremos en el futuro inmediato.
Una mirada rápida a la geopolítica mundial nos permite ver que el mundo ha cambiado y mucho. Si nos detenemos a pensar en los últimos 100 años, podemos observar cómo los países migraron de economías rurales a economías urbanas y el impacto que esto ha tenido en la gente ha sido significativo. Ejemplo de ello es el desarrollo de la era industrial donde se potenció de manera extraordinaria la imaginación y creatividad del ser humano, dando a la sociedad la posibilidad de disfrutar los beneficios de las máquinas, los motores, la luz y posteriormente los petrolíferos, la gasolina, los automóviles y aviones.
Todos estos cambios tuvieron como protagonista el ser humano, y estos éxitos individuales aceleraron su preparación, conocimiento y sus competencias; sin dejar atrás su espíritu de lucha, persistencia, el carácter de los individuos, su personalidad, sus actitudes y conductas; lubricantes necesarios en las personas para lograr una interacción efectiva con su entorno.
Esta etapa de crecimiento humano, personal y colectivo, tuvo su semilla en los fundamentos básicos de la familia, los principios de los padres, sus costumbres, la manera de hacer las cosas, ello fue creando las bases de una sociedad que valoraba al individuo por lo que hacía y por lo que representaba para él la familia y la comunidad.
Esa evolución del ser humano movilizó la trasformación de la sociedad y economías de los países a lo largo de los años. La capacidad humana para crear e innovar detonó un ciclo virtuoso en las sociedades, y los padres sembraron la semilla en sus hijos, para educarse, aprender, buscar tener las herramientas necesarias para vivir, para competir, para ser valioso en un mundo que ya migraba de la era industrial a la era del conocimiento, como un paso más dentro del ciclo evolutivo de la humanidad.
Desafortunadamente el mundo ha tenido sus imperfecciones desde su creación, y aquellos países que han promovido una mayor educación lograron desarrollarse a una velocidad mayor que los países con menos educación. La evolución social tiene que ver más con las oportunidades que la población ha tenido para educarse desde temprana edad, tiene que ver, y mucho, con los liderazgos y las ideologías – o paradigmas – de quienes han gobernado.
Un paradigma explica la manera en que percibimos el mundo, le damos lectura, lo interpretamos y entendemos. Nuestros paradigmas son la fuente de nuestras actitudes y comportamientos, gobiernan nuestra manera de relacionarnos con otros. No se trata de que sean correctos o incorrectos, es una manera de ser. Tienen su base en el modelo familiar, en cómo observamos a nuestros padres y hermanos mayores, cómo percibimos otros familiares y allegados a la familia desde niños. Los paradigmas se refuerzan o pueden cambiar a lo largo del tiempo, para ello debemos ser expuestos a otras experiencias, situaciones, vivencias, en nuestra vida y mientras más temprano mejor.
La educación es la principal fuente para generar estos cambios, en la medida que el niño tiene la posibilidad de ver otros niños, de escuchar a sus maestros, de aprender algo nuevo cada día, de conocer las familias de sus compañeros y otras personas en la escuela; en esa medida va ampliando su visión de la vida, y tendrá la base para contrastar los aprendizajes que recibió en su hogar. Es prácticamente imposible que una persona cambie sus actitudes y conductas, si no se examinan los paradigmas fundamentales que promueven un comportamiento en particular.
Estos momentos que vivimos como consecuencia de la pandemia, nos han recordado lo débiles y vulnerables que somos, pero también nos han permitido reflexionar, repensar acerca de nuestras actitudes y conductas, y el impacto que puede tener el pensar individualmente, – solo en nosotros mismos – sobre lo colectivo, la familia, la comunidad y la sociedad de la cual somos miembros. Este obligado resguardo, nos ha hecho recordar quiénes somos verdaderamente, y cuál es nuestro propósito de vida.
También este virus invisible y microscópico nos ha permitido observar, contemplar, leer y escuchar, lo sublime y lo ridículo, la abundancia y escasez de mucha gente, principalmente quienes tienen la responsabilidad de orientar a la sociedad, de dirigir a la gente; entre ellos hay gobernantes, políticos, autoridades y empresarios. Es aquí donde recordamos con tristeza y pesadumbre los postulados del doctor Stephen Covey, sus conceptos de “liderazgo centrado en principios”, que nos enseñan a valorar las victorias personales que nos brindan, la honestidad intelectual, el dominio de la verdad, y la comunicación transparente, para poder luego, convertirlas en victorias públicas, partiendo del respeto a los demás, sin ningún tipo de discriminación.
Ese “liderazgo centrado en principios” es la piedra fundamental en la cual se sostiene la estructura de una persona pública o privada, y es el sostén del cambio personal. Así comienza la verdadera transformación de una sociedad, la transformación integral de una nación. La historia ha sido abundante en experiencias que nos han enseñado que nadie puede transformar a otra persona, a menos que comience transformándose él mismo, y luego quienes le rodean, quienes le conocen, quienes escuchan sus mensajes, pudieran empezar a entender lo que está sucediendo, para iniciar su proceso interno de transformación. Los verdaderos líderes no buscan transformar a otras personas, lo que sí hacen es crear el contexto, el entorno, el clima, para que otros decidan y puedan transformarse.
(*) Luis Vielma Lobo, es Director General de CBMX Servicios de Ingeniería Petrolera, Director del Centro Integral de Desarrollo del Talento (CIDT) y presidente de la Fundación Chapopote, miembro del Colegio de Ingenieros de México, Vicepresidente de Relaciones Internacionales de la Asociación Mexicana de Empresas de Servicios, AMESPAC, colaborador de opinión en varios medios especializados en energía, conferencista invitado en eventos nacionales e internacionales del sector energético y autor de las novelas “Chapopote, Ficción histórica del petróleo en México” (2016) y “Argentum: vida y muerte tras las minas” (2019).