Por: Miriam Grunstein
El que sabe, sabe y, por lo mismo, me complace tu nombramiento como Director General de Exploración y Producción de Pemex. Ya pasó un diluvio desde que nos veíamos en la CNH, cuando participaba en el “Comité de Transparencia” y tú eras comisionado en ella. Eras callado, cauteloso y, al menos cuando sesionábamos, eras más afín a escuchar que a disertar. Eso siempre se agradece de un funcionario del más alto nivel. De hecho, se valora en cualquier mortal.
Te confieso varias cosas: echo mucho de menos esos tiempos en los que me abrieron las puertas para compartir ideas sobre políticas públicas. Creo que, por mis coces de yegua bronca en las sesiones del Comité, sabes que carezco de vocación de porrista. Aun así, había funcionarios que escuchaban voces críticas. Tu fuiste de ellos. Gracias.
Otra confesión es que, como tú, soy petrolera de origen y corazón. Nada en la industria se me antoja más apasionante que la exploración y producción. Te lo digo de frente, sin reservas probadas, probables y posibles. Hoy, ante la marea verde, es sacrilegio decirse petrolera, como si por vocación envenenáramos al planeta. Nada es más falso, pues los petroleros vivimos con los pies enraizados en la tierra, pues de ahí viene aquella sustancia tan milagrosamente versátil. El crudo es la madre de todas nuestros virtudes y vicios.
Ya que te confesé mis pasiones, te comparto mis preocupaciones. No he visto bien a Pemex como operador petrolero y, para que Pemex sea sostenible, hay que virar el timón. Está a punto de aprobarse una iniciativa de reforma constitucional que le monta más carga cuando lo que ansía es más recursos y buenos socios. Si antes los necesitaba, hoy aún más pues no hay gobierno que le atine a sacarlo del apuro. Tras ver la merma financiera y operativa de la empresa que alguna vez produjo 3.5 millones de barrilles diarios, y que hoy extrae si acaso la mitad, creo que cabe poca duda de que nuestros gobiernos no han sido buenos empresarios.
Ahora, la reforma dice que se zafan de ser de lucro, sino que se abocan a una “función social.” Cargar con México cuesta y requiere generación de valor. Las empresas que se llaman a sí mismas de “energía” y han dimitido a ser petroleras invierten apenas el 1% de sus utilidades en sus objetivos de “cero emisiones netas”. ¿La neta? El porcentaje es misérrimo. ¿Otra neta? Pemex no puede invertir ni eso en la transición. Si a nuestra empresa le faltan fuerzas para ser lo que es, no esperemos que le sobren medios para convertirse en verde.
Ya pasaron las confesiones. Tengo una petición: retomemos el diálogo de la transparencia en las actividades de exploración y producción. Si desaparecen el INAI junto con la CNH, extenderemos la era de los “otros datos,” lo cual es dañino, en primer lugar, para Pemex. Te invito que nos vuelvas a abrir la puerta a quienes deseamos cuidar a nuestra empresa y sus recursos. Así como éramos bienvenidos los disidentes a la CNH, y nos escuchabas, creo que sería muy sano para todos volvernos a ver y hablar.
Ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que pudimos contribuir a la reflexión sobre nuestros recursos y empresa. Escuchar a sus dueños es lo que hace de ella una empresa pública y no la proscripción de lucrar.
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Hola, Víctor, te escribe Miriam. Te encargamos mucho a Pemex.