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¡Todos a Terapia! ¡Todos con Tafil! Ahí Vienen las Leyes Secundarias

Por: Miriam Grunstein

Calma. Es el momento propicio para hacer un llamado a la serenidad y paciencia, cuya máxima filosófica aprendí de Kalimán, el hoy casi olvidado superhéroe de las radionovelas mexicanas. Hasta que se presenten, discutan y aprueben las leyes nuevas del sector, nosotros los “expertos” debemos permanecer impávidos y atentos. Y, una vez ya publicadas en el Diario Oficial De La Federación, lo que nos toca es llevar a cabo una serie de actividades que cada vez se practican menos en este país y en muchos: leer, releer, entender, interpretar y comunicar, con el menor sesgo posible, lo aprendido.

Para algunos, las reformas Constitucionales aprobadas nos condenan a un retroceso sin retorno. Para otros, éstas reivindican a la Nación como propietaria y empresaria única de la industria energética.  Mis ojos no verán con mediana claridad adónde nos dirigimos hasta no leer y releer, con mucha atención, y hasta la fatiga, las leyes secundarias. Y eso no lo podré hacer si de antemano estoy trastornada y con los pelos de punta.

Así como no descorché la champaña el 11 de junio de 2013, con las reformas del ahora esfumado EPN, tampoco diré “Kaddish” por mi industria por el momento. No mentiré. Hay partes de las reformas constitucionales que atañen al sector que me consternan. Pero, como repetía Xóchitl Gálvez, “la ley es la ley”  y  con este marco jurídico habrá que trabajar.  Por cierto, es terriblemente irónico –y amargamente irrisorio– que las palabras de Gálvez ahora signifiquen que ahora nos tocará tragar camote porque “la ley es la ley”, nos guste o no. ¿Cómo lo haremos? Aún no se sabe.

Por el momento, puedo mencionar algunos términos que me inquietan. El que más hace ruido es la “prevalencia” de las empresas públicas sobre cualesquiera otras. ¿Prevalencia? ¿Qué demonios quiere decir esto? Extrañamente, sospecho que esa idea la tomaron de la reforma de telecomunicaciones de EPN, al prohibirse la “predominancia” de una empresa en el mercado de estos servicios.  De nuevo, sería irónico que la mala idea de consignar vocablos indeseables como “prevalencia” y “predominancia” en el texto constitucional proviniera de una reforma que provino del “extraño enemigo.” Pero, bueno, ya está en la ley. Y como “la ley es la ley” habrá que leer las secundarias para ver qué demonios significa y quién va a determinar que existe.

Otra confusión urticante es la que existe entre lucro y valor. Mis amigos y colegas se tiran al piso al ver que ni Pemex ni CFE tienen ya un mandato de lucrar. La verdad sea dicha, nunca lo han tenido; y de haber sido así, habrían incumplido las sagradas escrituras  consitucionales. Lo establecido en el texto constitucional era un mandato de generar “valor”, no lucro. Les pongo un ejemplo terrenal. Tengo un rancho. Mi amado y bendito rancho no es un proyecto lucrativo. Al contrario, es una sanguijuela de recursos para mantener animales, bosque, frutales, el invernadero que produce cinco alcachofas gigantes y el pago oportuno de las remuneraciones de mi equipo. Desde el punto de vista del lucro, mejor haría yo en prenderle fuego y salir corriendo. ¿Por qué no lo hago? Por el valor que brinda ese proyecto, no sólo para mí, sino para la comunidad, de personas humanas y no.

¿Quiero decir con esto que CFE y Pemex deben ser gestionados como mi rancho? ¡Por supuesto que no! Para que éstos generen valor necesitarán utilidades, o terminarán en la quiebra, como yo por causa de mi rancho, lo cual es inaceptable y creo que el equipo de Claudia Sheinbaum lo sabe. Por salud mental, y porque conozco a varios de su gabinete de energía, confío en que tienen consciencia de que el lucro es un presupuesto, entre otros, para generar valor.

Hay muchos otros detalles inquietantes en el texto constitucional pero la industria es grande y este texto debe ser breve. Para despedirme, cito a mi padre, que siempre me pareció aun más sabio que Kalimán, e infinitamente más inteligente que Xóchitl Gálvez; “hay que esperar lo mejor y estar preparados para lo peor.” Pero, primero, habrá que leer y releer, las veces que sean, las leyes secundarias.


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