La creciente presión sobre los recursos hídricos en México ha puesto en evidencia una necesidad impostergable: explorar nuevas fuentes de agua subterránea con mayor profundidad y precisión. Para enfrentar este desafío, hoy se están adaptando tecnologías que tradicionalmente fueron desarrolladas para otros fines, como la exploración petrolera, pero que ofrecen una oportunidad única en el campo de la gestión del agua.
La experiencia en la industria de petróleo y gas, donde la búsqueda de yacimientos profundos es parte fundamental de la operación, ha generado técnicas avanzadas de localización geológica que ahora se aplican para ubicar acuíferos subterráneos a grandes profundidades. Esta transferencia de conocimiento representa un cambio de paradigma: las herramientas que alguna vez sirvieron para extraer energía fósil ahora pueden ser clave para garantizar el acceso a uno de los recursos más esenciales para la vida. No obstante, su aprovechamiento exitoso exige también una cultura de cuidado y uso responsable del agua en todos los niveles.
Hoy, ante la creciente demanda en ciudades como la Ciudad de México, donde los pozos convencionales se agotan y la sobreexplotación de acuíferos superficiales provoca hundimientos, deterioro de infraestructura y daños ambientales irreversibles, la exploración profunda se vuelve una necesidad estratégica. Adaptar tecnologías petroleras tales como la exploración satelital de cuencas hídricas y la exploración mediante estudios hidrogeológicos, permite identificar acuíferos con potencial de extracción y/o de recarga, perforar de manera más precisa, reducir riesgos, minimizar costos de operación y localizar fuentes de agua fósil que podrían asegurar el abastecimiento de millones de personas en las próximas décadas.
Desde la experiencia que hemos tenido en Aguas, Servicios e Inversiones de México (ASIM), he podido constatar que este tipo de innovaciones tecnológicas debe complementarse con otras herramientas imprescindibles, como la detección de fugas mediante ultrasonido y gas trazador, la reparación de tuberías sin apertura de zanjas, y el monitoreo en tiempo real del consumo y las pérdidas mediante inteligencia artificial. Soluciones que, aplicadas de manera integral, tienen el potencial de transformar radicalmente la eficiencia de nuestros sistemas hídricos.
La crisis actual de agua no es aislada ni temporal. México enfrenta ya su sexto año consecutivo de sequías extremas, con más del 65% de su territorio afectado de manera severa. Las fuentes tradicionales de agua, como presas y acuíferos someros, sufren un estrés permanente que pone en riesgo la seguridad hídrica de millones de personas. A ello se suman problemas estructurales como las altas tasas de pérdida de agua en redes antiguas —se estima que alrededor del 40% del agua que se bombea en la Ciudad de México se pierde antes de llegar al usuario final— y una cobertura de tratamiento de aguas residuales que aún deja amplios márgenes de mejora.
Frente a esta realidad, ningún avance tecnológico será suficiente si no se acompaña de un marco de colaboración sólido entre autoridades, empresas, academia y ciudadanía. Las autoridades locales y federales han hecho esfuerzos notables al impulsar estrategias enfocadas en el uso eficiente del agua, el aprovechamiento del agua pluvial y el tratamiento de aguas residuales. Sin embargo, para maximizar el impacto de estas políticas, es indispensable sumar la participación activa del sector privado y fomentar la corresponsabilidad de toda la sociedad.
El llamado a la acción es claro: enfrentar los desafíos hídricos actuales requiere pensar de manera diferente, abrirse a las tecnologías de vanguardia —sin importar su origen— y actuar con visión de largo plazo. La integración de herramientas provenientes de la industria petrolera para la identificación de fuentes hídricas profundas es una muestra de cómo el conocimiento técnico puede ser reconfigurado para servir a un bien superior.
Es igualmente importante reconocer que la tecnología, por sí sola, no resolverá el problema. Necesitamos reforzar la planeación hídrica a largo plazo, modernizar la infraestructura hidráulica existente, priorizar el reúso de agua tratada y sensibilizar a la población sobre la urgencia de optimizar su consumo. Además, el uso de tecnología digital aplicada a la operación de redes —como los sistemas de monitoreo 24/7 con inteligencia artificial— abre una oportunidad histórica para optimizar el manejo del agua.
El reto que tenemos por delante es enorme, pero también lo es la oportunidad. Podemos transformar la manera en que administramos este recurso vital, no solamente para enfrentar la crisis actual, sino para construir un modelo hídrico más resiliente y equitativo para las próximas generaciones. La tecnología petrolera al servicio del agua es apenas una muestra de lo que podemos lograr cuando innovamos con propósito. Hoy más que nunca, el agua no debe ser vista como un problema a resolver a corto plazo, sino como un patrimonio estratégico que debemos cuidar con inteligencia, responsabilidad y visión.