Para JPK
Espero no fastidiarlos, queridos lectores, con una opinión más sobre las consultas del TMEC. El tema ya es tedioso incluso para la que escribe pues, por la tormenta de tinta, además de la falta de novedades sobre él, por el momento hay poco que decir. Hoy, sin embargo, es de los tópicos más trascendentes pues la energía trastoca todo. Si bien la política de electricidad e hidrocarburos de López Obrador es el disparador de las consultas, y de un posible y temible panel, las consecuencias son transversales a lo ancho y largo de las cadenas agro-industriales. Por absurdo que suene, por causa de la revisión de los permisos de Producción Independiente, en México podría encarecerse mucho más el maíz amarillo que comemos todos los animalitos, los de dos y de cuatro patas. ¿La razón? Este grano lo importamos principalmente de Ucrania y de Estados Unidos. La primera está lejos e invadida; el segundo está cerca y ofendido. Ambas circunstancias son barreras para el arribo de este grano.
Y sin maíz no hay país, , México podría quedar desarmado si, por perder el panel, le impusieran aranceles a los automóviles, tractores, velocípedos y demás vehículos terrestres que exporta a los Estados Unidos. Que sucediera en este momento sería particularmente desventurado por la recién aprobada ley contra el cambio climático que impulsó Biden. Para combatir las emisiones que calientan el planeta, se ha comprometido una inversión de casi $400,000 millones de dólares, a ser erogados a lo largo de una década, a manera de incentivos fiscales para atraer consumidores hacia la compra de vehículos eléctricos; y, además, ampliar la generación a partir de energías renovables. La zanahoria se ofrece tanto en la oferta de energía renovable como en la demanda en el uso de automóviles eléctricos. ¿Oíste México? ¡Crecimiento en el uso de AUTOMÓVILES eléctricos que se podrían armar en este, por el momento, empantanado país! Si aquí armamos tractores para exportación, ¿Por qué no hacer tracción hacia un acuerdo para que esos coches nuevos tengan el sello ”Made in Mexico”.
¿O “Made in Guatemala?”
Suena en principio demencial pero no lo es tanto, estimados y nunca suficientemente bien ponderados lectores, al considerar que el tema migratorio ha sido prioritario al sentarse a la mesa México y Estados Unidos. Al llevar al límite mi plasticidad neuronal, no es tan descabellado imaginar que la manufactura podría migrar a este país centroamericano, con hambre de empleo y desarrollo. Además, sin saber nada sobre normas guatemaltecas, puedo suponer que los costos regulatorios de la manufactura allí podrían ser más bajos.
Y hablando de competencia, los incentivos para las energías renovables hacen de los Estados Unidos mismos un competidor implacable para México. Aquí están castigadas; allá acaban de aprobar una ley para darles vuelo. Cualquiera de las empresas de energías renovables, sin activos anclados aquí, irá tras la zanahoria de allá. A diferencia de las predicciones chamánicas de lo que podría suceder en Guatemala, esto es puro sentido comercial.
Por último, los mexicanos no pensamos en Canadá hasta que nos percatamos que en efecto somos el segundo exportador más grande para la Unión Americana pero muy por debajo de dónde moran los ingeniosos castores, que es el primero. Es decir, nuestras exportaciones están muy concentradas en Utah, Arizona, y parte de Alabama, Michigan y de menor grado en Kentucky, donde el Coronel Sanders le gana por mucho a los “Pollos Hermanos.”
Y hablando de Coroneles y Coronas, pobres de quienes digamos que los americanos no podrán vivir sin una Corona bien muerta en su Super Bowl Sunday. Quién quita y Constellation Brands, ahora propietaria de la Marca, la produzca donde le convenga y de ahí lleve a la comilona con guacamole de aguacates Hass de California y nachos de la misma. Hoy,por desdicha, ya no se diga la Corona, pero tampoco la Victoria, son nuestras.