Por: Javier H. Estrada Estrada y David Madero Suárez
En México, vamos un poco rezagados respecto al globo en términos de transición energética. La energía primaria de nuestro país proviene casi 88% de fuentes fósiles. De esto, prácticamente su totalidad proviene de la actividad petrolera y del gas natural. Las energías renovables en México alcanzan un poco más del 10% del total (aunque una buena parte proviene de la combustión de biomasa), mientras que la energía nuclear representa el 1.7% del total. El promedio mundial depende 5 puntos porcentuales menos de fuentes fósiles, pero con mayor dependencia del carbón que nosotros. Las energías limpias, renovables y nuclear del mundo aportan casi 18% del total.
La energía primaria tiene que pasar por centros de procesamiento o transformación para convertirse en combustibles y electricidad, que sean útiles para los procesos industriales, el transporte, el consumo en oficinas y hogares, etc. La energía primaria también puede ser comerciada internacionalmente y, hasta 2014, México había sido superavitario de energía primaria, al exportar petróleo crudo e importar una cantidad menor, en términos de energía, de petrolíferos, gas natural y carbón.
El procesamiento de energía más importante en México es la generación de electricidad, en el cual el gas natural representa 54% de los insumos, en tanto que los petrolíferos y el carbón son el 13%. El 23% restante se compone principalmente por energías que no generan gases de efecto invernadero, como nuclear, hidroeléctrica, eólica y solar.
El procesamiento que sigue en importancia es la refinación de petróleo crudo. Las refinerías en México han pasado por un periodo degradación que ha disminuido su utilización de 76% en 2013 a 46% en 2021. A partir de 2022 se espera que la utilización gradualmente regrese hacia los niveles de hace diez años. Además, se agregará la producción de Dos Bocas, con fecha aún por confirmar para su total operación. La producción de Deer Park, de ser enviada a México, deberá considerase como de importación en términos de balance comercial, a pesar de ser propiedad de Pemex. De la misma forma, si sus insumos de crudo se envían desde México, éstos deberán considerase como exportaciones.
El tercer proceso son las plantas de tratamiento de gas natural, que sirven para recuperar los líquidos del gas natural (condensados, gasolinas naturales y gas de petróleo licuado) y extraer las impurezas. La utilización de este tipo de plantas se ha ido reduciendo con la caída de la producción de gas natural, que alcanzó su pico de 5.9 en 2009 y se redujo en 2021 a 2.8 MMMpcd (mil millones de pies cúbicos por día).
En los últimos 15 años el país ha reducido su intensidad en el uso de energía. Mientras que el PIB creció cerca de 30% el consumo de energía creció menos de 10% en ese periodo. A pesar de que el país requiere mucho menos energía por unidad de producto, la caída de producción de energía primaria y el incremento en la actividad económica hizo que pasáramos de ser superavitarios a deficitarios.
México tuvo su mayor consumo de energía en 2017, cuando llegó a 4.2 MMbdpce (millones de barriles diarios de petróleo equivalente). De entonces a 2021 la demanda ha disminuido 14%. Por su parte, la producción de energía primaria tuvo sus mejores momentos de 2006 a 2008, ubicándose en una meseta de casi 5 MMbdpce bajando gradualmente a una planicie cercana a 3 MMbdpce de 2019 a 2021. La caída en la producción de energía del país es dramática, de 40%, y principalmente se debe a la menor producción de petróleo y gas natural.
Lo anterior se ha reflejado en un desbalance del saldo de la balanza comercial de energía del país que es elevado (somos importadores netos de energía primaria y secundaria). El déficit de la balanza comercial de energía representa un poco más del 9% del consumo nacional de energía y más del 16% del consumo final total que elimina el consumo y pérdidas del propio sector energía. Nuestro país desde hace algunos años dejó de ser un oferente neto de energía al mundo. En términos de independencia energética, desde 2015 dejamos de ser autosuficientes.
La brecha ha crecido entre el consumo y la producción de energía primaria, a pesar de que las necesidades bajaron con la caída del PIB, por el encierro social asociado a la pandemia. Pero la recuperación de la economía, tal vez lenta, ya se percibe en la actividad industrial y en las exportaciones. El déficit energético frente al mundo seguirá creciendo a medida que el PIB inicia su recuperación. Es muy costoso aumentar la producción de energía primaria y tomará varios años revertir lo que ha ocurrido. Por otra parte, mejorar la capacidad y la utilización de los procesos para obtener energía secundaria requerirá de grandes inversiones que deberán realizarse de forma consistente.
En términos de energía, es difícil sustituir la que se han perdido en el sector de hidrocarburos desde 2014. La declinación de los grandes campos productores de crudo y gas tiene que reducirse, y ser más que compensada por nueva producción de otros campos, mientras que la aportación de las energías renovables es todavía marginal. La reciente modernización de las hidroeléctricas ha ayudado, pero presenta fuertes limitaciones, tanto en su eficiencia energética, como en las condiciones climáticas para su uso. Podemos y debemos voltear la vista a la nuclear, como lo están haciendo varios países europeos que, a partir de la guerra en Ucrania, sufren del corte ruso de suministros de gas natural, petróleo y petrolíferos.
Nuestro reto energético para el próximo sexenio será grande. Las debilidades financieras y de capacidad de ejecución de Pemex y de CFE harán más compleja la solución. Será indispensable plantear nuevas estrategias de largo alcance y mucha inversión en todos los elementos de las cadenas de valor y, a la par, propiciar la transición energética. De 2025 en adelante necesitaremos mayores niveles de inversión en el sector del que las empresas del estado serán capaces de movilizar. Adicionalmente, se requiere un mayor enfoque para buscar la seguridad mucho antes que la independencia energética. Por seguridad energética debemos entender la confiabilidad de que tendremos un abasto pleno de los distintos combustibles requeridos, a precios competitivos, para apoyar el crecimiento del PIB, los empleos, la vida en sociedad, y sin poner en riesgo a los trabajadores del sector energía, a la población en general o al medio ambiente.
Javier Estrada es socio director de Analítica Energética SC, economista, con 40 años de experiencia en el sector energético internacional y ex comisionado de la CRE y CNH.
David Madero es socio de SICEnrgy+Madero SC y de Simplificado Punto SC, economista, con 30 años de experiencia en el sector público de energía y financiero, y ex Director General de CENAGAS.