Por Miriam Grunstein
Antes de entregar la silla, el presidente parece estar dispuesto a gastar sus últimos cartuchos en disparos al aire. Ya lo dijo: intentará desaparecer a algunos órganos reguladores, a saber, el IFE, COFECE, INAI y CRE con una iniciativa de reforma constitucional que seguramente será regurgitada en la cámara de origen. La razón pareciera idéntica a como dice el chascarrillo español, “si me muero en Barcelona, que me entierren en Madrid; y si me muero en Madrid, que me entierren en Barcelona” ¿Y eso por qué? “Pues por joer”.
Si la iniciativa se presentara, seguramente tendrá la misma suerte que su reforma constitucional para la industria eléctrica. En un acto de política circense, habrá un debate soso, entre el gobierno y la oposición, en la cámara de origen luego de lo cual será desechada. Y, como mulas en la noria, daremos vueltas y vueltas entorno a los mismos lugares comunes: por el lado de los promotores y huestes de la iniciativa, habrá un sonoro rugir para desaparecer estos órganos “autónomos” en razón de que son resabios onerosos del modelo neoliberal.
En cambio, por parte de la oposición, andaremos como mula en la noria entorno a los mismos clichés: abur a la competitividad, adieu a la competencia; adiós a la transparencia, goodbye al nearshoring. Fuera de tomar posturas a favor o en contra, a estas alturas del sexenio, estoy sumida en una agonía —menos de ira— y más de hastío. La retórica de toda nuestra clase política es plana, sin matices. O los órganos reguladores son los garantes de los valores más altos de un modelo socio-económico, o de plano son cómplices de la plutocracia.
Nadie que sepa de regulación en México podría tomar un extremo u otro. El desarrollo de estos órganos ha sido discontinuo y su funcionalidad ha estado más atada a cuestiones más circunstanciales que institucionales. Veamos a la CRE de hoy. ¿Está sujeta a reglas sustancialmente distintas a las que la regían el sexenio pasado? No. ¿Se ha vuelto notoriamente más inútil y, además, estorbosa? Sí.
Entonces, si México va a continuar su camino hacia una falsa autarquía energética, tal vez sí sea buena idea darle el tiro de gracia, de una vez. Lo que ha hecho la CRE por un sexenio, que es meterle patas a los mercados, bien lo podría hacer la SENER. En ese sentido, estoy de acuerdo con el presidente: si este regulador va a marchar al paso de lo que dicte esta secretaría, en sintonía con un apoyo incondicional a Pemex y a CFE, que desaparezca ya. Así al menos nos ahorraremos los costos de mantener el circo y a sus payasos.
Extrañamente, el mismo criterio no aplica a la CNH. A diferencia de la CRE, el presidente no pretende borrarla del mapa, sin que se entienda por qué. Las funciones de la CNH son licitar contratos petroleros y administrarlos. Ya no se licitan contratos y alrededor de 25 contratos ya han sido cedidos o terminados de forma anticipada. Si el ambiente sigue así de festivo, la CNH está condenada a quedarse sin chamba. Pero ella no está en peligro de extinción. Tal vez no la matan porque morirá sola por inanición. En cambio, la CRE, que revienta de indigestión regulatoria, en lugar de aliviarla, mejor la mandan al rastro.
Si esto les resulta curioso, lo más llamativo es que el mismo presidente ha advertido que esta reforma tentativamente exterminadora morirá en su intento de pasar por los intestinos legislativos. Es más, sospecho que será regurgitada de inmediato. El presidente dice que, a pesar de que sabe que su iniciativa fracasará, la presentará como acto de inconformidad moral. No es eso lo que busca.
Al dejar una iniciativa por escrito, Andrés Manuel López Obrador le deja una tarea muy puntual a Claudia Sheinbaum Pardo, su sucesora. Es mucho más probable que Claudia sea la próxima presidenta a que su iniciativa prospere. Así que, cuando ella ocupe la silla, ya tiene instrucciones claras y explícitas sobre cómo debe proceder. Y el costo lo pagará ella. Será su primera factura a cambio de su lealtad.
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