Por Yolanda Villegas, Directora Legal, de Compliance y Relaciones Institucionales en VEMO
En la actualidad, como sociedad conocemos bien el impacto de los combustibles fósiles en el medio ambiente y los ecosistemas, así como en la salud de los seres vivos. Sin embargo, es pertinente señalar que todas las fuentes de energía tienen sus propios efectos negativos, aunque difiriendo enormemente en su magnitud. De hecho, ninguna fuente de energía es completamente segura. Todas ellas tienen impactos a corto plazo en la salud humana, ya sea a través de la contaminación del aire, los accidentes o el impacto que generan durante su fabricación.
Sin duda, los combustibles fósiles son los más contaminantes y peligrosos, pues emiten la mayor cantidad de gases de efecto invernadero por unidad de energía, mientras que las fuentes de energía renovable, así como la energía nuclear, son mucho más seguras y limpias. Para lograr la transición energética y el mejoramiento de de la salud humana, es urgente disminuir la dependencia a los combustibles fósiles.
Ahora bien, es claro que la producción de energía tiene impactos negativos en la salud humana y en el medio ambiente. Cada año, millones de personas mueren prematuramente como resultado de la contaminación del aire, la cual se atribuye principalmente a la quema de combustibles fósiles y de la biomasa, como la madera y el carbón vegetal. Otro aspecto relevante son los accidentes que ocurren a lo largo de la cadena de valor, como ocurre durante la extracción de la materia prima (petróleo, gas, carbón, uranio, etc.), en el transporte de dichos materiales, o a lo largo de la construcción o la operación de las centrales eléctricas.
Las estimaciones que existen sobre las muertes asociadas a los combustibles fósiles pueden ser muy conservadoras. Muchas de ellas, toman como base plantas de energía que tienen buenos controles de contaminación, y consideran modelos más antiguos de los impactos en la salud de la contaminación del aire. Es necesario realizar investigaciones más exhaustivas y apegadas a la realidad, para poder dimensionar correctamente el daño que estas fuentes de energía están ocasionando.
Sin embargo, la transición a otras fuentes de energía también se ha visto entorpecida por las percepciones que se tienen en torno a su seguridad. El claro ejemplo es la energía nuclear, donde la percepción colectiva está fuertemente influenciada por los accidentes de Chernobyl en Ucrania en 1986 y Fukushima en Japón en 2011. Aunque fueron eventos lamentables, el número de muertes no es comparable con los millones de seres humanos que mueren cada año a causa de la contaminación provocada por los combustibles fósiles. Para visualizarlo de mejor manera, la energía nuclear, provoca un 99,9 % menos de muertes que el ignito; 99.8% menos que el carbón; 99.7% menos que el petróleo; y 97.6% menos que el gas.
La energía hidroeléctrica es un caso especial. Su tasa de mortalidad desde 1965 es de 1.3 muertes por TWh. Sin embargo, esta tasa la define casi por completo un evento: la falla de la presa de Banqiao en China en 1975, donde murieron aproximadamente 171,000 personas. Si no se considerara ese evento, la tasa de mortalidad de la energía hidroeléctrica sería de solo 0.04 muertes por TWh, comparable a la nuclear, la solar y la eólica.
Para las energías renovables más usuales, como la solar y la eólica, las tasas de mortalidad, aunque son mínimas, existen, y esto se debe principalmente a los accidentes que ocurren en las cadenas de suministro y durante las fases de construcción y mantenimiento de las centrales eléctricas.
En conclusión, debe existir una reorganización de la matriz energética global, ya que aún está dominada por los combustibles fósiles, como el carbón, el petróleo y el gas, que representan alrededor del 60% del total. Asimismo, para hacerle frente al cambio climático se debe perder el estigma que se tiene en torno a ciertas energías limpias, en especial, a la nuclear, que ha demostrado ser una fuente de energía segura que tiene un enorme potencial para la generación de energía. Lo anterior, sin perjuicio de reconocer el valor actual que la industria del carbón, petróleo y gas detentan y por supuesto entendiendo bien los riesgos asociados al colonialismo verde. Aprovechemos el momento histórico para apostar por la transición energética y por los beneficios asociados a la misma.