La expresión de “hablar con pantalones” es machista pero también lo es nuestro sector. Y sí, podríamos desear que un cambio hacia un lenguaje incluyente borrara —por arte de magia— el concepto aún anquilosado de las mujeres, que se tiene en esta industria. Sin embargo, por más que cambiemos vocales por otras, la transformación en la situación de las mujeres en actividades aún dominadas por hombres todavía deja mucho que desear. Mucho se debe a que las resistencias culturales penetran hasta lo más profundo de nuestras psiques; y mucho menos se explica en razón de las capacidades que las mujeres pueden demostrar en cualquier actividad de la cadena de valor. Hoy, por los avances tecnológicos tanto en los hidrocarburos como en la electricidad, son más necesarias las neuronas que los músculos para tener el mando en donde sea: desde una plataforma en medio de la nada o en la oficina más alta de un corporativo.
Cualquiera podría decir que el sexismo (esta vez entendido como la discriminación hacia las mujeres) se da en cualquier ámbito de la convivencia social. Las mujeres podemos ser menospreciadas en casa, en un comercio, en una ranchería, o en cualquier industria. ¿Por qué, entonces, hablar de la energética? En primer lugar, porque confieso que es la que mejor conozco; en segundo, porque, a pesar de la ya comentada evolución tecnológica, muchas actividades de este sector parecen depender de la fuerza física, más que de la inteligencia; y, por último, porque esta es una publicación dedicada a este sector.
En los últimos años, he presenciado el nacimiento, crecimiento y consolidación de varios grupos de mujeres en energía en México. Los que conozco han tenido logros dignos de encomio: es positivo que las mujeres formen redes para estrechar relaciones, como por siglos lo han hecho los hombres. Salvo alguna ermitaña por ahí, no conozco a nadie que abogue por el aislamiento como una estrategia de crecimiento. Y esta industria, tanto en lo tecnológico como en lo humano, se compone de redes. Y entre más extensas sean ellas, más margen de maniobra se abre para las que siguen. También existen grupos de mujeres que, además de interactuar entre ellas, abogan por su visibilidad en eventos públicos y privados de gobierno e industria. Por ventura, estas participaciones les han abierto brechas en los medios de comunicación más importantes del país. Que la opinión de expertas sea escuchada, ya sea en círculos cerrados, o ante auditorios gigantes, manda la señal de que el estrógeno no impide hablar de la transición al hidrógeno. Sin embargo, en México hay carencias importantes al hablar de la energía desde la perspectiva de género.
Se me ocurre, por ejemplo, que no existe un solo estudio metodológicamente robusto que analice por qué en nuestro país, en particular en Pemex y CFE, no ha habido una sola directora general, con la notable salvedad de Rocío Cárdenas, otrora directora de PMI. De igual manera, aunque en la Secretaría de Energía ha habido un par de cabezas de sector, incluyendo la actual, el liderazgo femenino en los órganos y dependencias de gobierno prevalece. Esto es sin negar la presencia y labor de mujeres talentosas en subsecretarías y comisiones que han ocupado el segundo escalón. Pero, ¿por qué no el primero? En este país, hemos tenido Secretarias en otras dependencias y mujeres muy poderosas en la rama legislativa y judicial. Si es así, ¿por qué la energía en la esfera pública de México es tan palmariamente discriminatoria en contra de las mujeres?
Mientras tanto, en las empresas privadas, vemos más mujeres posicionadas hasta arriba. Eso sugiere que, sea el gobierno que sea, y de la vertiente ideológica que fuere, no se han adoptado las prácticas de las empresas y gobiernos globales de reconocer de que la testosterona no mata la neurona. Que el talento surge de la cabeza al cielo y no al contrario.
Es hora de analizar la cuestión.