Por Adrián Montemayor Junco
Ejecutivo de Ventas Senior en Acclaim Energy México
En una región históricamente dependiente del petróleo, la agilidad de poder migrar a nuevas tecnologías de generación eléctrica, marcará el paso y definirá el éxito de los países que se embarcan en la transición energética. Con elecciones presidenciales en seis países de Latinoamérica a unos meses de distancia, la toma de poder de los nuevos lideres nacionales definirá el rumbo y futuro de la región.
América Latina todavía depende de fuentes de energía no renovable, como el petróleo, gas y carbón, para satisfacer sus necesidades energéticas. De acuerdo con datos de la Administración de Información de Energía (EIA, por sus siglas en inglés), el petróleo es el principal combustible utilizado de la canasta energética de la región americana, y lo ha sido durante más de cinco décadas; mientras que el gas natural ha sido el combustible de mayor crecimiento, incrementando del 19% en el año 2000 a 23% en el 2022.
Para la generación de energía eléctrica, América Latina, en general, tiene uno de los sistemas eléctricos con menores emisiones del mundo, donde las energías renovables representan cerca del 61% de la generación eléctrica generada en el 2022. Dentro del portafolio, la energía hidroeléctrica representó el 45% de la generación total, la eólica el 8%, la solar el 4%, bioenergía 4% y 2% a través de la energía nuclear. El restante 36% de la generación eléctrica generada proviene de combustibles fósiles, de la cual el 24% provino de gas natural, 8% del petróleo y casi el 4% del carbón.
Es importante recalcar que cada país de América Latina tiene una matriz de generación eléctrica única, y la ubicación y condiciones geográficas juegan un rol importante para la utilización de recursos y generación eléctrica. Algunos países como Brasil, Colombia, Ecuador o Panamá dependen en gran medida de energía hidroeléctrica, donde cada país produce al menos el 60% de su electricidad a partir de energía hidroeléctrica.
La energía eólica y solar, generalmente constituyen una parte más pequeña del mix de generación en Latinoamérica, aunque representan entre el 25% y el 35% de la electricidad generada en Chile y Uruguay. Respecto a la generación de energía a través de fuentes nucleares, sólo Argentina, Brasil y México tienen reactores, y con ello aportan respectivamente el 6%, 2% y 3% de la generación eléctrica.
Adicionalmente y a diferencia de otros países en Latinoamérica, México ha apostado fuertemente por la energía geotérmica, aprovechando la actividad volcánica en algunas regiones. Con cinco centrales de energía geotérmica, en México se producen cerca de 1000 megawatts de energía y se ubica dentro de las seis naciones con mayor capacidad para generarla.
Incluso con abundantes recursos de energía renovable, hoy en día la mayoría de los países de América Latina dependen en gran medida de los combustibles fósiles para satisfacer sus necesidades energéticas. El gas natural es el combustible dominante para la generación de electricidad en una gran parte de Latinoamérica, especialmente en México, debido a su ubicación geográfica y cercanía a los Estados Unidos, donde el 96% de las importaciones de gas natural provienen de ese país. México es el segundo mercado más grande del mundo en importaciones netas de gas natural por gasoducto, solo detrás de Alemania.
Los recursos naturales, especialmente la radiación solar, posicionan a México como un lugar ventajoso para la generación eléctrica a través de paneles solares. De acuerdo con datos de la Asociación Mexicana de Energía Solar (ASOLMEX), México cuenta con una capacidad instalada de 10,479 MW en paneles solares, donde cerca de 3,000 MW se atribuyen al esquema de Generación Distribuida con instalaciones menores a los 500 kW. Para poder disponer de la totalidad de los recursos disponibles en México, especialmente en materia de energía solar, es esencial promover un marco regulatorio que promueva la instalación y utilización de esquemas como la de Generación Distribuida a nivel nacional.
Con las elecciones presidenciales a mediados de 2024, México será el foco de atención a nivel internacional y, con el cambio, tendrá gran oportunidad de destacarse entre los otros países de Latinoamérica como agente del cambio hacia la transición energética. Dentro de ello, una manera en la cual se podrían aprovechar estos recursos, sería minimizando las barreras de entrada y el techo en la capacidad instalada al esquema de Generación Distribuida, para las empresas que tienen los recursos y la disposición de invertir en la generación en sitio que no estén limitadas a los 500 kW permitidos actualmente por ley. De esta manera, se puede utilizar la inversión privada para fondear proyectos sustentables.
Adicionalmente, a medida que Latinoamérica avanza hacia la sostenibilidad energética, la diversificación de recursos naturales para la generación de electricidad emerge como una estrategia clave. El aprovechamiento de los recursos naturales de México a gran escala será el diferenciador entre la dependencia y la seguridad energética. Para esto, se requiere que la nueva administración y los siguientes lideres del país tengan la disposición e interés de asignarle recursos, prioridad y el compromiso a la modernización del sistema eléctrico nacional.
Durante el último sexenio, los proyectos de generación eléctrica renovable a gran escala se vieron impactados debido a la falta de emisión de nuevos permisos y, con ello, el crecimiento a la oferta de energía se redujo de forma considerable. Por ende, si se llega a dar, la asignación de recursos tanto a generación como a la infraestructura nacional será el detonador principal para efectuar la transición energética.
La revolución renovable en Latinoamérica está en pleno apogeo, transformando la matriz energética y llevando a la región hacia un futuro más sostenible. A través de la diversificación de fuentes de energía y la adopción de tecnologías limpias, la región está marcando el camino hacia un mañana más verde y equitativo. Sin embargo, es fundamental abordar los desafíos restantes y continuar innovando para garantizar que esta revolución energética sea realmente sostenible a largo plazo.
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