Apenas unos 39 kilómetros de ancho en su punto más angosto, el Estrecho de Ormuz representa uno de los pasajes marítimos más estratégicos del planeta. Por este corredor transita aproximadamente el 20% del comercio global de petróleo y cerca del 25% de las exportaciones mundiales de gas natural licuado (GNL), consolidándolo como un verdadero cuello de botella para la seguridad energética global.
En un contexto internacional marcado por tensiones en Medio Oriente, amenazas de Irán y un mercado energético aún volátil por los efectos de la guerra en Ucrania y los esfuerzos de transición energética, un posible cierre –incluso temporal– del Estrecho de Ormuz tendría consecuencias profundas para los precios, las cadenas de suministro y la estabilidad geopolítica.
Este artículo explora la importancia estratégica del estrecho, examina los riesgos reales de su cierre y analiza las implicaciones globales para la seguridad energética, el comercio internacional y la arquitectura geopolítica emergente.
El Estrecho de Ormuz conecta el Golfo Pérsico con el Golfo de Omán y, por extensión, con el Océano Índico. Separa a Irán al norte de Omán y los Emiratos Árabes Unidos al sur. Su importancia radica en que es la única salida marítima para muchos de los mayores productores de petróleo del mundo, incluyendo Arabia Saudita, Kuwait, Irak, Catar y los Emiratos Árabes.
Según datos de la Agencia de Información Energética de EE.UU. (EIA), más de 17 millones de barriles de petróleo pasaron por el estrecho diariamente en 2023. Además, Catar –el mayor exportador mundial de GNL– también depende de esta vía para movilizar su gas.
Esto convierte al Estrecho de Ormuz no solo en una ruta comercial crítica, sino en una pieza clave en la estabilidad de los mercados energéticos globales.
Un cierre efectivo del Estrecho de Ormuz –aunque fuera por días o semanas– causaría un choque súbito en los precios del petróleo y el gas natural. Se estima que el barril de Brent podría superar los $150 USD en cuestión de días, según analistas de JP Morgan y Goldman Sachs, en ausencia de alternativas logísticas inmediatas.
Este aumento tendría un efecto dominó en la cadena global de suministros: los costos de transporte marítimo se incrementarían, las primas de seguros sobre cargamentos energéticos escalarían, y las industrias intensivas en energía (como la petroquímica, la manufactura pesada y la producción de alimentos) enfrentarían mayores costos operativos.
Asimismo, el acceso limitado a gas natural licuado y derivados del petróleo afectaría directamente a países que dependen de la generación térmica para su sistema energético, como India, Japón o varios países del sudeste asiático. En estas economías, la cogeneración (gas + vapor) es crítica para la industria, por lo que los incrementos en el costo de la energía impactarían tanto en la competitividad industrial como en los precios al consumidor.
El cierre del estrecho sería especialmente perjudicial para China y otras economías asiáticas que dependen en gran medida del petróleo crudo y el gas natural transportados a través de esta vía. Según estimaciones de la U.S. Energy Information Administration (EIA), el 84 % del petróleo crudo y el 83 % del gas natural licuado (GNL) que transitaron por el Estrecho de Ormuz en 2024 se destinaron a mercados asiáticos, principalmente China, India, Japón y Corea del Sur.
Este nivel de dependencia energética convierte a Asia en una de las regiones más vulnerables ante disrupciones en el estrecho. Las consecuencias no se limitan al suministro energético doméstico, sino que se extienden a la industria manufacturera, la producción química, el sector tecnológico, y otros motores económicos regionales, los cuales sufrirían un incremento directo en los costos de operación debido al encarecimiento del combustible y la electricidad.
Asimismo, un incremento sostenido en el precio del crudo a nivel global tendría un efecto inmediato sobre la industria logística internacional. El transporte marítimo, terrestre y aéreo, altamente dependiente de los derivados del petróleo, enfrentaría aumentos en los costos de operación que se trasladarían al precio final de los productos. Esto afectaría la eficiencia de las cadenas de suministro y podría generar inflación generalizada, especialmente en economías importadoras netas de energía.
El cierre del estrecho no solo afectaría los precios de forma inmediata, sino que obligaría a los estados y empresas a redibujar su mapa de riesgos energéticos. Países como Arabia Saudita han invertido en oleoductos alternativos como el Petroline, que conecta sus campos del este con el Mar Rojo. Sin embargo, estas rutas no tienen la capacidad suficiente para reemplazar el volumen total que cruza por Ormuz.
Además, este tipo de amenazas podrían acelerar la transición hacia fuentes de energía renovable y el uso de tecnologías de almacenamiento de energía, no por razones ambientales, sino por razones de seguridad nacional.
El Estrecho de Ormuz expone una de las principales vulnerabilidades del sistema energético internacional: su dependencia de rutas marítimas estrechas y geopolíticamente frágiles. En respuesta, muchas economías están fortaleciendo sus reservas estratégicas, promoviendo acuerdos bilaterales de seguridad y desarrollando planes de contingencia logística.
No obstante, la resiliencia energética no puede limitarse al petróleo. Debe incluir la seguridad de las cadenas de suministro de gas, refinados, minerales críticos, y tecnologías renovables. La diversificación, la cooperación internacional y la inversión en infraestructura resiliente son hoy más urgentes que nunca.
En este contexto, los planes de resiliencia operativa se convierten en una prioridad estratégica para las organizaciones que integran la infraestructura crítica global. No se trata solo de mantener la continuidad de los procesos ante una interrupción, sino de transformar dichos procesos para que sean más eficientes, más precisos, y sostenibles en el largo plazo.
Aquellas empresas que adopten una visión proactiva basada en resiliencia, eficiencia y sostenibilidad estarán mejor posicionadas para competir y liderar en un entorno internacional altamente volátil e incierto. La capacidad de adaptarse con agilidad, optimizar el uso de recursos y garantizar la continuidad de servicios esenciales es hoy un diferenciador crítico.
En el caso de México, a pesar de contar con una producción de gas natural, la economía nacional depende en gran medida de las importaciones para cubrir su demanda interna. En 2024, las importaciones de gas natural desde Estados Unidos alcanzaron niveles récord, con un promedio de 6,537 millones de pies cúbicos diarios, según datos publicados por El Economista. Esta dependencia refuerza la necesidad de estrategias de seguridad energética integradas que contemplen tanto la producción nacional como la diversificación de fuentes y rutas de suministro.
El Estrecho de Ormuz expone una de las principales vulnerabilidades del sistema energético internacional: su dependencia de rutas marítimas estrechas y geopolíticamente frágiles. En respuesta, muchas economías están fortaleciendo sus reservas estratégicas, promoviendo acuerdos bilaterales de seguridad y desarrollando planes de contingencia logística.
No obstante, la resiliencia energética no puede limitarse al petróleo. Debe incluir la seguridad de las cadenas de suministro de gas, refinados, minerales críticos, y tecnologías renovables. La diversificación, la cooperación internacional y la inversión en infraestructura resiliente son hoy más urgentes que nunca.
En este contexto, los planes de resiliencia operativa se convierten en una prioridad estratégica para las organizaciones que integran la infraestructura crítica global. No se trata solo de mantener la continuidad de los procesos ante una interrupción, sino de transformar dichos procesos para que sean más eficientes, más precisos, y sostenibles en el largo plazo.
Aquellas organización que adopten una visión proactiva basada en resiliencia, eficiencia y sostenibilidad estarán mejor posicionadas para competir y liderar en un entorno internacional altamente volátil e incierto. La capacidad de adaptarse con agilidad, optimizar el uso de recursos y garantizar la continuidad de servicios esenciales es hoy un diferenciador crítico.
El Estrecho de Ormuz no es solo una vía marítima: es un termómetro de la estabilidad energética global. Su potencial cierre representa un riesgo estructural que requiere atención constante de gobiernos, corporaciones energéticas y organismos multilaterales.
Las represalias dados los hechos ocurridos desde el dia domingo 22 de Junio, más allá de ser exclusivamente militares, pueden manifestarse a través de mecanismos logísticos (geo-estratégicos), económicos o incluso cibernéticos. Este panorama exige una visión más integral de la gestión de riesgos energéticos y geopolíticos, donde la anticipación y la resiliencia deben estar en el centro de las decisiones estratégicas.
Más allá del impacto económico inmediato, el cierre del estrecho podría ser un catalizador para replantear la arquitectura energética: más descentralizada, más resiliente y menos vulnerable a los vaivenes geopolíticos. En un mundo interdependiente, asegurar el libre tránsito por Ormuz es mucho más que una prioridad regional. Es una garantía de estabilidad y seguridad para toda la economía global.