Por Rocío Novoa Valdebenito
La especialista en derecho energético y académica del James Baker Institute, Miriam Grunstein, cuestionó la confusión conceptual que prevalece en el diseño de políticas públicas y urgió a repensar los espacios en los que se discuten los retos de la transición energética, en el marco del foro Transición Energética, Desigualdades y Movilidad Social, realizado en la sede Mixcoac del Tecnológico de Monterrey.
Desde su experiencia tanto académica como operativa, propuso abordar las brechas estructurales desde la justicia energética, y no únicamente a través de indicadores de pobreza, integrando además dimensiones como el género, la cultura y la participación comunitaria.
Uno de los puntos centrales de su intervención fue la distinción entre pobreza energética y justicia energética, conceptos que —advirtió— siguen utilizándose de forma indistinta en el ámbito institucional. “Lo que está definido en la ley no es la pobreza energética; es la justicia energética. Y eso quiere decir que en el gobierno no hay claridad de que la justicia energética es un concepto muchísimo más amplio”, señaló.
Grunstein sostuvo que esta ambigüedad limita la capacidad del Estado para enfrentar los problemas estructurales de acceso a la energía, y advirtió sobre la desconexión entre los distintos sectores que participan en el debate. “Muchas veces la academia no se conecta con la sociedad civil ni con el gobierno. Lo relevante sería la conexión de todos los temas para llegar a políticas públicas integrales”, reflexionó.
Ante este escenario, propuso transformar los espacios de deliberación. “Que la academia convoque a espacios multidisciplinarios, pero también que nos encontremos en lugares incómodos”, sugirió. Como ejemplo, planteó la organización de un foro en una comunidad sin electricidad: “Que la voz cantante la llevara la comunidad. No nosotros, que estamos en la Ciudad de México en un salón cómodo, hecho de puros hidrocarburos”.
Género, simbolismo y resistencia cultural
Grunstein también abordó el papel del género en la transición energética, señalando la necesidad de una mirada más detallada sobre los distintos grupos afectados. “No hay una visión granular que identifique las diferentes vulnerabilidades. Son mujeres, ancianos, niños, la gente que no puede salir del hogar por distintas vulnerabilidades socioeconómicas”.
En ese contexto, explicó “muchas mujeres no quieren estufas de leña modernas porque no hay fuego”, y que este elemento cumple funciones más allá de la cocción de alimentos. “Tiene una carga simbólica muy poderosa porque reúne a la familia, no solo al cocinar, sino al resguardarlos del frío”, señaló.
La académica relató que, en un estudio realizado con mujeres purépechas, la reacción fue inmediata frente al cambio tecnológico. “No queremos esas estufas porque no hay flama”, ejemplificó.
Según explicó, incluso los biodigestores que funcionan con metano no producen una flama tan poderosa como el gas LP. Por ello, subrayó que las tecnologías limpias deben contemplar no solo criterios de eficiencia, sino también elementos de arraigo cultural. “Hay que ver qué hay detrás de la flama que atrae tanto”, expuso.
Intersecciones entre territorio y política pública
Además de su trayectoria profesional, Grunstein compartió su experiencia personal como habitante de una zona rural con acceso eléctrico intermitente. “Vivo tres días en la comunidad porque no tengo electricidad, y cuatro días en la ciudad porque tengo que trabajar”, relató. Esta situación, dijo, le ha permitido observar de forma directa cómo las decisiones institucionales impactan la vida cotidiana de miles de personas.
También identificó tensiones entre la población y las empresas eléctricas, derivadas de prácticas como el robo de cableado o el uso de “diablitos”, que reflejan un entorno de precariedad estructural. En ese marco, introdujo el concepto de “revanchismo energético”, acuñado por la investigadora Karla Cedano, para describir las formas en que ciertas comunidades responden a un sistema que perciben como excluyente.
La especialista insistió en que abordar la transición energética sin considerar estas realidades implica reproducir los mismos desequilibrios que se busca transformar. “No se trata solo de llevar paneles solares o nuevas tecnologías. Se trata de construir confianza, entender la cultura energética local y diseñar soluciones con la comunidad, no para la comunidad”, concluyó.






