Por: Tatiana Adalid
Hace apenas unas semanas que iniciaron las consultas para definir si la política energética nacional está afectando a las empresas energéticas de Estados Unidos y Canadá, que debería tener un terreno parejo en México a partir del T-MEC, y ya la cantidad de acusaciones que han salido por parte de involucrados y espectadores nos recuerda cuán frágil y cuánta incertidumbre hay alrededor de las inversiones productivas en el mundo.
Apenas al cierre del mes pasado, el presidente Andrés Manuel López Obrador señalaba al inicio de las consultas como un tema electoral por los comicios en Estados Unidos. Al tiempo, el embajador Ken Salazar hablaba de que hay inversiones con tecnología de avanzada en paneles solares con baterías, que se habían detenido por las discusiones sobre la política energética y la incertidumbre que dichas pláticas generan. México necesita tan urgentemente como el resto del mundo de tecnología en el sector energético, por lo que afirmaciones como esta deberían levantar preocupación; sin embargo, no estoy segura de que en la clase política o en el entorno mexicano importe dejar al margen la innovación en un sector crucial para el futuro, como lo es el energético y, en específico, el eléctrico.
Pero al margen de la preocupación por la innovación y por los temas legales y comerciales que la política energética podría poner en entredicho, están los mensajes que a partir de la disputa comercial estamos lanzando hacia distintos sectores del país, otras naciones y, sobre todo, los mexicanos.
El presidente y su actual gobierno ha puesto en la soberanía -un intangible que da buenos resultados políticos e ideológicos- la apuesta por nuestro futuro, pero está dejando de lado otro intangible que pesa miles de millones de dólares para empresas, naciones e, incluso, individuos: la reputación, en este caso la reputación de México como espacio para el desarrollo de empresas.
De acuerdo con la información proporcionada por la consultoría Reputation Dividend en 2021, 29.5% del mercado de capitalización global del año previo provino de la reputación de las empresas, llegando a una contribución de 12 billones de dólares. Las empresas con mejor reputación, también, en general, sortearon mejor la crisis por Covid-19 que el resto de los negocios.
Pero ¿cómo esto aplica a países? Sin duda las naciones se ven afectadas en cada una de sus actividades. ¿Cómo cuantificar esto? Más que cuantificar los costos que implica que un país vea mermada su reputación cuando se pone en el reflector trilateral – y si lo apuramos un poco más regional y mundial- como el que incumple los acuerdos en términos económicos, genera incertidumbre o pone por delante un lema político como el discurso de la soberanía, valdría la pena analizar qué oportunidades estamos perdiendo frente a este riesgo.
En términos de reputación, las empresas pierden clientes o consumidores, empleados capaces o alianzas para impulsar sus negocios; en el mejor de los casos, si no las pierden, terminan pagando más por ello, ya sea en precios de venta, en salarios o en concesiones para lograr las alianzas. ¿Quién pierde a final de cuentas en el caso de los negocios? Los accionistas, los propios empleados, la comunidad. Todos, en general.
En el caso de la reputación de un país, pierde el propio Estado -territorio, población, gobierno, según aprendimos en la escuela-: pierde inversiones, algunas de ellas o las mejores, pierde a personas talentosas que se van a otros países o simplemente no pueden desarrollar su talento en innovación o en un sector que para el que estudiaron o donde quisieran hacerlo y terminan en la informalidad, pierde el gobierno porque tiene menos recursos que recaudar y pierden quienes, por sus condiciones socioeconómicas, dependen de los recursos públicos para tener salud, educación e incluso alimentación.
En un extremo, pierde el territorio que tiene que optar por inversiones que pueden poner presión extra a los recursos naturales. En suma, la pérdida en la reputación de un país la pagamos todos.
La reputación de sector energético en el país es un activo que puede tener dividendos para los mexicanos, componerlo debe ser clave para impulsar muchas industrias en México que ya están despegando en el mundo y que deberán tomar mejores ritmos a medida que la economía post-pandemia se normalice, llámese autos eléctricos o dispositivos tecnológicos.
Las cifras al respecto son muy atractivas; por ejemplo, la Agencia Internacional de Energía ha estimado una oportunidad de mercado acumulada de $27 billones de dólares a nivel mundial para 2050 en energías limpias. Vale la pena empezar a discutir cómo hacemos para que una parte de esa inversión termine en nuestro país.
Las discusiones en las consultas y, eventualmente, en los paneles energéticos debería ir hacia ese fin. Enviar mensajes de que se detienen inversiones, porque no son necesarias, o porque es más importante mantener un discurso ideológico, es como aventar basura al cielo… eventualmente cae en la cara. Es necesario tomar conciencia de que la reputación es una vía de ida y vuelta. Así, golpear la reputación del país como mercado energético tiene costos; en el otro lado, potenciar la reputación de nuestros mercados diversos, incluidos los energéticos, pero también los manufactureros, los aeroespaciales y los tecnológicos tiene beneficios para todos. Es necesario que llevemos la discusión hacia allá y recuperemos la reputación perdida. Parte de nuestro futuro está ahí.
Tatiana Adalid es Socia Directora de 27 Pivot. Experta en temas de reputación y en el sector energético.
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