Por: Javier Estrada Estrada
La percepción dominante sobre la suficiencia de energéticos y su flujo de abasto para satisfacer las necesidades de los Estados y las comunidades del país debe revisarse ante la inminente transformación del sector energía.
La caja de herramientas
Los conceptos internacionales sobre SEGURIDAD ENERGÉTICA en el mundo occidental se consolidaron a partir de los embargos de la OPEP en 1973 y 1979. El repentino aumento en el precio del crudo provocó estanflación económica, desempleo y tensiones militares. La crisis obligó a los países a desplegar amplias medidas para administrar sus déficits petroleros, conseguir energéticos y a no convertirse en presa de una nueva disrupción geopolítica.
Las soluciones incluían la diversificación de proveedores de petróleo y de otros energéticos, financiamiento de proyectos de petróleo y gas natural nacionales y en países neutrales a la OPEP, modernización de las refinerías, almacenamiento preventivo de crudo y petrolíferos, cooperación energética internacional, membresía en la Agencia Internacional de Energía, nuevas estructuras legales e institucionales, construcción de plantas nucleares, gasoductos internacionales, plantas de GNL, coberturas de precios en los mercados de futuros, por nombrar las de mayor impacto.
Hoy, el embargo energético de Rusia, en respuesta a las sanciones políticas luego de la invasión a Ucrania, nos alerta que los riesgos de desabasto siguen vigentes. Pero en el corto plazo también nos perturba la incertidumbre sobre cómo mantener un bajo costo de los energéticos, qué medidas son más efectivas para dar apoyo económico a las familias en caso de fuertes aumentos inesperados en el precio de los energéticos, cómo subsanar las insuficiencias de un energético con otros sin incurrir en aprietos económicos o ambientales, cómo usar energéticos almacenados para administrar una crisis de desabasto sin tener que importar faltantes al costo que resulte o haciendo recortes de suministro a las actividades de menor prioridad.
En el caso de México, nuestro talón de Aquiles de corto plazo en materia energética es el gas natural el cual cubre el 47% en la matriz de insumos energéticos, con 60% del abasto preveniente de importaciones, y que en la generación de electricidad conforma el 60% de energía primaria. Lo anterior sin que tengamos almacenamiento para más de 2.4 días de consumo en caso de serias contingencias de abasto o de aumentos excepcionales en el precio. En petrolíferos, nuestros precios son más altos que en EE. UU. y padecemos de insuficiencias que en 2021 nos llevaron a importar 60% de la gasolina y 62% del diésel. A ello se agregan las fuertes distorsiones de volumen, calidad y precio causadas por el huachicol, los costosos sistemas alternativos de transporte, y situaciones de desabasto en algunas ciudades y comunidades. En electricidad adolecemos de cortes de carga (apagones) a miles de usuarios en varios estados del país, y de congestión en las líneas de transmisión y distribución, muchas de ellas en obsolescencia, o con urgentes necesidades de adaptación a la oferta y demanda. Para cubrir las deficiencias energéticas también habrá que considerar que la infraestructura para mitigar los riesgos tarda varios años en construirse y ser operativa.
El destino nos alcanza
La globalización económica y ahora la relocalización industrial al nearshoring han reforzado la preocupación de buscar altos niveles de autosuficiencia energética, limpia y competitiva, disponible para la industria y las ciudades. Sin embargo, la Seguridad Energética y la autarquía en los hidrocarburos, su razón de ser, los conceptos que la acompañan, y la funcionalidad de las medidas preventivas adoptadas en el siglo XX se han ido diluyendo. Esto ha sucedido a medida que la geopolítica de la energía y el desarrollo tecnológico del siglo XXI se han transformado, y las economías del mundo tienen otras preocupaciones que atender, como la modernización de las cadenas de valor, nuevos comportamientos sociales y el cambio climático. Más allá de los mercados y de la inercia del pasado, ahora el impulso proviene del cambio social y de las políticas públicas. No es una evolución sino una metamorfosis.
Hoy la pregunta es cómo construir la CERTIDUMBRE en la continuidad de abasto energética para la próxima generación. En la nueva economía global a la que nos aproximamos, México requerirá de mayor disponibilidad de energía renovable, condición para propiciar mayor crecimiento económico, que también acelerará la demanda de energía limpia. Mientras tanto, en la transición, deberemos enfocarnos en la eficiencia energética, en la descarbonización de los procesos y consumos, en la complementariedad entre energéticos disponibles, en la diversificación de proveedores y fuentes de abasto, en aumentar la producción nacional de energía basada en las mejores prácticas y tecnologías, en implementar señales e indicadores de insuficiencias, en tomar medidas regulatorias para almacenar energía integrada a los sistemas energéticos para que formen parte de un revolvente útil.
Estamos entrado en la etapa de confrontación entre el sistema heredado del siglo XX y el sistema de renovables, hidrógeno, baterías diversas, módulos de energía nuclear, geotermia, eficiencia energética e innovaciones no contaminantes que se buscan en el segundo cuarto del siglo XXI. Hoy, cada proyecto verde, particularmente los solares y eólicos se enfrentan con barreras de análisis sobre su convivencia con la generación térmica. También se confrontan con su acomodo en las líneas de transmisión y distribución, las cuales hoy resultan obsoletas o insuficientes, por lo que se complican y encarecen las interconexiones, haciéndolas inviables. Debemos estar conscientes que las inversiones para la electrificación del consumo y la oferta energética, ambas basadas en criterios de cero emisiones serán múltiples veces superiores a lo que hasta hoy hemos gastado en los activos que tenemos. La transición requerirá de metales e instalaciones, algunos de ellos escasos, que tendrán que producirse de manera masiva para los mercados globales.
En breve, debemos quitarnos la idea de que la seguridad energética se resuelve con la autarquía, inversiones y precios de los energéticos centralizados en el Estado, y con algunos días de inventarios de gas natural y petrolíferos enterrados en territorio nacional.
Certidumbre energética de largo plazo
Más allá de los riesgos de insuficiencias de corto plazo, la inseguridad energética conviene concebirse como la estagnación en las inversiones en el sector, sobre todo cuando anteceden a un aumento en el consumo que, ante la insuficiencia, se va adaptando a la escasez, hasta agotar lo disponible. Eso se asemeja a los supermercados que en crisis se quedan con anaqueles vacíos de lo esencial, pero con un par de productos indeseables.
Un buen marco legal y regulatorio para el sector energía debe permitir que la inversión se anticipe a la demanda, guiada por las preferencias del consumidor y compitiendo con los productos que deberá sustituir. Las nuevas tecnologías buscarán ofrecer productos mejor adaptados a las cambiantes preferencias de los usuarios y a las restricciones regulatorias, hasta encontrar el filón de un segmento, de una transformación cultural o de una tecnología que permita ofrecer productos realmente distintos, aprovechando las economías de escala, con lo que el sistema energético de manera ordenada dejará en el pasado el consumo basado en el carbón, los petrolíferos y a largo plazo, el gas natural.
Estamos conscientes de vivir en una era de transición energética, en la que el modelo actual se resiste al cambio y en ocasiones se acelera, pero que aún le faltan un par de décadas para consolidarse. Esta es una era de profundos cambios sociales y tecnológicos disruptivos que surgen de necesidades, deseos y preferencias a nivel global, los cuales se van manifestando en la oferta y demanda de energéticos.
Nuestro sistema energético actual se ha fundamentado en petrolíferos para el transporte; gas natural para la industria, acondicionamiento de espacios y generación eléctrica; y la electricidad para algunas manufacturas, los servicios y viviendas. Ahora la tendencia es hacia la continua electrificación de los consumos con base en energías renovables, además de esfuerzos para alcanzar cero emisiones netas de carbón, tanto en el consumo personal como en las cadenas de valor. Por lo tanto, el sistema energético actual debe transformarse para evitar su obsolescencia. Ya no será viable generar electricidad con combustóleo o con carbón, salvo raros casos de excepción. El gas natural será usado como energético de transición para apoyar el crecimiento de las renovables, la introducción del hidrógeno y posiblemente nuevos diseños de pequeñas plantas nucleares modulares.
¿Estamos listos para la metamorfosis energética por la que deberemos pasar?