Por Javier H. Estrada Estrada y David Madero Suárez
En esta segunda entrega sobre la política energética que necesitará México hacia 2050, revisamos las tendencias del consumo de energía del transporte, la industria, los servicios y las ciudades. Este ejercicio considera la coyuntura que vivimos en la geopolítica, el comercio internacional y las finanzas.
Hoy la coyuntura del mundo apunta al regionalismo en vez de a la globalización, a un discurso político de división en vez de la pluralidad, y hacia un menor crecimiento económico. Parece necesario un ajuste monetario para reducir la inflación con altas tasas de interés. Además, el margen para impulsar la demanda agregada con impulso fiscal es limitado. A pesar de lo anterior, hay campo para ver el futuro con optimismo. Las causas que hoy levantan barreras al comercio, al bienestar y la inclusión serán las mismas que nos vuelquen hacia la innovación, las soluciones eficientes, los nuevos procesos y cambios de comportamiento. La preocupación por el medio ambiente local y global se reforzará aportando soluciones basadas en ciencia y tecnología hacia una transición energética.
En México, los rezagos del siglo XX los resolveremos con soluciones del siglo XXI. La composición y el crecimiento de la población, así como su ubicación, serán determinantes de la demanda. A esto se le sumará el nivel de ingreso y su distribución, la inversión productiva, el cambio tecnológico y las ganancias en productividad. La eficiencia en el consumo de energía será crucial.
La población, hoy 79 % urbana, busca mayor satisfacción en armonía con el medio ambiente, por lo que redefinirá el transporte, la vivienda y los edificios. Se transformarán la industria y los servicios para darle mayor conectividad y movilidad a personas, insumos y bienes a través de automatización, cambios en procesos y maneras de trabajar y convivir. Las tecnologías incorporadas en las inversiones reducirán la intensidad energética.
El transporte es uno de los principales usos de la energía en México. Contamos con 50 millones de vehículos (2020) de los cuales 70 % son automóviles y el resto son camiones de carga, de pasajeros y motocicletas. 43 % de la energía final del país se destina al sector transporte cuyo consumo en 95 % se concentra en gasolinas, diésel, turbosinas, gas LP y gas natural que se usan para mover vehículos, aviones, trenes y embarcaciones.
La elevada dependencia en los hidrocarburos es un factor de vulnerabilidad para la economía. Los eventos climatológicos y geopolíticos cambian la disponibilidad y precios de los combustibles. Estos a su vez afectan la competitividad de las manufacturas de México, su logística y exportaciones. Aumentando nuestra producción de petrolíferos reducimos algunos de los riesgos, pero seguiremos conectados a los mercados internacionales de gas y petróleo, y a sus fluctuaciones de precios.
La demanda de combustibles para el transporte ha crecido más que la producción nacional. A pesar de que gradualmente los vehículos son más eficientes, el aumento de la población económicamente activa y su mayor capacidad de gasto ha elevado el número de autos y camiones en circulación. Hasta 2018, el balance había resultado en un ligero crecimiento de la demanda de gasolinas y diésel, en línea con el PIB.
Para leer la columna completa consulte la próxima edición de Global Energy.