El modelo de nuestro sector energía se encuentra sin una brújula clara para su desarrollo a mediano (2025-2030) y largo plazo (2031-2050). Tres situaciones coyunturales la enredan y generan confusión para todos los involucrados. La primera, es la reforma de 2013 que, si bien era integral e iba avanzando, requería de ajustes sustantivos para resolver la demanda, la seguridad energética y la transición. La segunda es el retorno a las empresas del estado favorecidas a partir de 2018 por las autoridades, pero con limitaciones financieras y organizacionales en su capacidad de inversión y renovación. La última es un entorno internacional de transición energética, con enfoque en la descarbonización que se requiere para evitar el calentamiento global, pero que en la práctica tiene dificultades para distanciarse de las energías fósiles o para renovar a la energía nuclear.
En México, el debate energético nacional vive un jaloneo entre las impetuosas propuestas y medidas del gobierno para devolver poder a sus paraestatales del sector, y las empresas y consumidores que ven en tales iniciativas un freno a la modernización energética. Por lo tanto, divagamos sin soluciones de fondo, sin guías pragmáticas. Lo anterior, justo cuando más requerimos de una hoja de ruta basada en un diseño comprehensivo y ágil que pueda ajustarse a las necesidades nacionales y a reencausar las inversiones energéticas hacia mediados del siglo XXI.
En 2023 entraremos en la turbulencia política previa a las elecciones presidenciales. Por eso es preciso revisar el diagnóstico del sector energía a la luz de: las exigencias que atender; las tendencias tecnológicas; la capacidad instalada; y las medidas preventivas para evitar desabastos. En esta lógica, empezaremos por revisar qué es lo que México necesitará para satisfacer la demanda de energía antes de entrar a definir cuáles cambios son requeridos a su marco constitucional, legal, regulatorio, institucional o empresarial del sector.
El contexto económico y energético en el que nos encontramos a nivel global es uno con preocupaciones tanto coyunturales como estructurales. Sin embargo, las preocupaciones de corto plazo se imponen sobre la visión de largo plazo. Esto se explica por el menor dinamismo asociado a la pandemia; por las posibles reacciones occidentales a la invasión rusa a Ucrania, y; por la situación económico y financiera global, con alta inflación y bajo crecimiento. El tema energético se encuentra entre una redefinición geopolítica en la oferta – demanda de hidrocarburos, y una preocupación por descarbonizar el consumo de la energía, en particular en la generación de electricidad, lo que nos lleva hacia cambios sustantivos en la matriz energética.
En el mundo la energía se concibe cada vez más como un conjunto de insumos que deben ser abundantes, limpios y seguros para permitir el desarrollo de la actividad social y económica de un país o de una región geográfica, y menos como un mecanismo de enriquecimiento del estado.
También se entiende que los insumos energéticos deben adaptarse rápidamente a las necesidades de sustentabilidad. Mientras el consumo tiende a electrificarse, la producción de energías primarias en breve empezará a destinarse a aislar el hidrógeno como fuente secundaria de energía. El proceso de transición para desvincularse de la energía fósil será largo, costoso y distinto a nuestras experiencias del siglo XX.
Debemos considerar las tendencias globales para diseñar la futura evolución de la infraestructura del sector energía de México. La integración de las cadenas productivas ligadas al T-MEC y de otros tratados comerciales requerirá de la descarbonización y electrificación de la energía, por lo que necesitaremos que nuestras plantas ofrezcan energía y potencia, e incorporen recursos renovables con redes inteligentes y centros de control cada vez más sofisticados.
Tenemos que definir cuál será el balance entre la rigidez y la flexibilidad del sistema energético nacional. Por rigidez se entiende la oferta de energía originada en infraestructura de largos ciclos de vida y gran escala, en ocasiones sobredimensionados. Tales grandes inversiones rígidas requieren de altos gastos para su mantenimiento y funcionamiento óptimo. La rigidez puede generar excedentes de algún producto, pero no logra aliviar con agilidad y menor costo las deficiencias que sobrepasan su ámbito. La flexibilidad, por su parte, puede entenderse como la adaptación constante de la oferta de energía a las preferencias de los usuarios actuales y potenciales. La flexibilidad puede modificar con rapidez la adaptación de la oferta y del consumo, pero se arriesga a que la suma de sus disponibilidades en productos e infraestructura sean inferiores a la demanda energética.
En este momento el país presenta muy poca flexibilidad en la producción, almacenamiento, distribución y consumo. Las recientes soluciones energéticas se han enfocado en la refinación totalmente en manos de Pemex, y en plantas eléctricas mayoritariamente de la CFE, a base de gas natural importado, con una mejora marginal en las hidroeléctricas y en el mantenimiento obsolescente de Laguna Verde. La exploración y la producción de hidrocarburos sigue dominada por Pemex, con tendencias a la declinación. En general el modelo tiende a la rigidez del sistema, relegando su diversificación y la evolución tecnológica.
El sector deberá evolucionar con sistemas que ofrezcan una mejor gama de energéticos secundarios con menores ingredientes contaminantes. Lo anterior, a través de redes mejor interconectadas de transporte y almacenamiento, con mejores puntos de distribución, para la satisfacción de las necesidades urbanas, del sector de servicios, de las industrias orientadas al mercado interno, a las actividades ligadas a la movilidad de las personas y las mercancías, así como a los sectores agrícola, ganadero y pecuario. Será necesario ampliar los sistemas de generación distribuida de electricidad, contar con redes más eficientes para transmitir la energía y contar con más gas natural, biocombustibles e hidrógeno que respalden procesos que requieran altas temperaturas. En general se requerirá una mayor interacción en la oferta de los energéticos con los mecanismos de comercialización para manejar la flexibilidad de la demanda y la cobertura de precios.
En el próximo artículo revisaremos las tendencias y necesidades de energía del transporte, la industria, las ciudades, los servicios en el sector energía en el corto y mediano plazos. Una mayor claridad en estas variables nos proveerá de mejores bases para proponer cambios al modelo energético de nuestro país.
*Javier Estrada, socio director de Analítica Energética SC, economista, 40 años de experiencia en el sector energético internacional, ex comisionado de la CRE y CNH. **David Madero, socio director de Simplificado Punto SC, economista, 30 años de experiencia en el sector público energía y financiero, ex Director General de CENAGAS