Por Miriam Grunstein
Bien dicen que la parte intermedia de un texto es frecuentemente la más obviada. También así pasa con las hijas. La primogénita y la Benjamina suelen ser las más atendidas, mientras que la apodada “sándwich” queda oculta entre ellas.
Algo semejante sucede con la componente social en ASG (o ESG), que hoy se considera el marco de referencia de avanzada para medir el desempeño de las empresas en lo ambiental, social y gobernanza. Hasta donde he podido observar, la interacción de las empresas (y empresari@s) con estos criterios de medición son de amor-odio. Elon Musk, el máximo impulsor de la electromovilidad, y por lo tanto de la descarbonización, se dolió de que empresas como Phillip Morris, o incluso petroleras como Shell y Exxon, obtuvieran un mayor puntaje que su Tesla.
La razón estriba en la “S”, intermedia y furtiva, se le fue de las manos; y mientras que las tabacaleras y petroleras cuidaron su puntaje social, Tesla, al ser evaluada, dejó que desear. Así, es comprensible que, al padre que presume su empresa ambientalmente ejemplar, le haya parecido odiosa la comparación desfavorable con una tabacalera, a la que se le imputan millones de muertes anuales. Sin embargo, como sucede en muchos exámenes, las respuestas más brillantes no compensan las carencias de otras.
La lección que deja este ejemplo es la siguiente: hay una interconexión entre cada letra del acrónimo ASG. Una empresa distinguida en su desempeño ambiental y por su gobernanza, puede obtener un puntaje insuficiente si pasa por alto la medición de su impacto en la sociedad y sus partes interesadas (stakeholders), puesto que cada letra de este acrónimo no es una isla, sino que es parte de un ecosistema. De ahí que las empresas han iniciado a poner un mayor acento sobre la “S”.
Al contrario de una simple corrección ortográfica, colocar una tilde sobre lo social requiere de un gran esfuerzo puesto que sus componentes son varios y complejos. Se trata, nada más y nada menos, de la interacción de las empresas y las personas —porque la sociedad no es otra cosa que la agrupación de estas últimas—. Así, pues, la incidencia sobre lo social debe incluir las vertientes que siguen, por lo demás complejas.
Primero, y en términos generales, las empresas deben poner atención a los problemas sociales de más envergadura como el ejercicio más extendido y equitativo de los derechos humanos. Esto es un parteaguas en la noción de que el fin de una corporación no va más allá de velar por el dividendo de sus accionistas.
Sin embargo, aquí se trata de ganar-ganar, sin que esto sea fácil. Dentro del marco ASG, una empresa, entre más se adentre en la vigilancia de los derechos humanos, podría generar mayores ganancias para sus socios siempre y cuando lo haga bien. En principio, habría que ver cómo entiende una empresa lo que es un “derecho humano” y de qué forma pretendería influir en esa esfera.
Este esfuerzo ya no es siempre voluntario. A lo ancho del mundo, los gobiernos cada vez ejercen mayor presión regulatoria para que las corporaciones optimicen su conducta social desde adentro y hacia afuera. Al interior, por ejemplo, deben aplicar políticas laborales incluyentes, equitativas y hacia la diversidad. Esto implica la promoción y contratación equitativa desde una perspectiva de género y de personas con capacidades diferentes. Esto se engloba dentro de políticas “paraguas” apuntaladas al bienestar de su fuerza laboral.
También, hacia afuera, la inversión en comunidades suele promover una relación más positiva con éstas, siempre y cuando promueva el desarrollo en educación, salud, hábitos de consumo más sanos, entre otros factores. Para ello, las empresas habrán de respetar ciertas prácticas culturales, lo cual las coloca en un dilema espinoso si algunas se consideran violatorias de derechos humanos, como sería la costumbre de limitar los derechos de las niñas y mujeres.
Empero, la S de Social no se detiene ahí. También entra, entre otras variables, asumir la responsabilidad sobre su cadena de valor; es decir, el contratar con proveedores que tengan códigos de conducta estrictos; mantengan políticas laborales óptimas y que sean ambientalmente prístinas, sin violaciones ni reproches. Una buena calificación social también puede requerir que las operaciones de la empresa impidan y excluyan el trabajo forzoso y la trata de personas.
¿Qué más? Una política empresarial socialmente positiva conlleva extender canales de comunicación con la mayor variedad de interesados, como empleados, clientes, proveedores y los integrantes de las comunidades. Esto debe sumar puntos a la calificación de la S si efectivamente mejora el ambiente de confianza y transparencia entre una corporación, sus integrantes y su entorno.
Y, como si esto no fuera poco, una empresa debe, además, asegurarse que sus campañas de mercadotecnia y publicidad sean éticas y que eviten, a toda costa, ser engañosas y que promuevan “sistemas de valores positivos,” cualquiera que sea el sentido de esta última frase. Y si de plano se aspira a que la calificación social sea de diez, las empresas tendrán que diseñar e implementar sistemas de gestión de privacidad y protección de datos.
¿Parece mucho? Lo es. ¿Complejo? Indiscutiblemente, sí. Pero así debe ser cuando se toma la S de Social en Serio.
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