Por: Juan Arellanes
Académico de la Facultad de Estudios Globales y coordinador del Centro Interdisciplinario Anáhuac de Energía y Sostenibilidad de la Universidad Anáhuac.
El mensaje del movimiento Peak Oil fue rechazado mayoritariamente dada su condición de “verdad incómoda”. Además, dentro del movimiento había sectores tendientes a exagerar las consecuencias catastróficas y argumentaban que el agotamiento de los combustibles fósiles conduciría a un colapso inminente de la civilización. La apariencia “apocalíptica” del movimiento llevó a su desacreditación. Sin embargo, hubo otro factor esencial que asestó la estocada de muerte al movimiento: el fracking en los EEUU.
A principios de la década de 2000, el declive en la producción de petróleo convencional en EEUU (que había alcanzado su máximo en 1970) parecía imposible de detener, mucho menos revertir. No era una cuestión de optimismo o pesimismo: los datos parecían contundentes. Sin embargo, a partir de 2009 una innovación transformadora emergió en la forma del petróleo de lutitas (shale oil), extraído mediante fracking. La industria petrolera estadounidense se revitalizó. El fracking no era una tecnología de vanguardia. Era una técnica conocida desde la década de 1930, pero considerada económicamente inviable debido a su alto costo.
El fracking transformó al mundo (no sólo a EEUU) en la segunda década del siglo XXI. La tendencia decreciente de la producción de petróleo en EEUU se revirtió y en 2018 superó el pico de producción de 1970. La producción continuó creciendo tras una caída provocada por el confinamiento sanitario por la pandemia. En marzo de 2023 la producción de shale oil superó al máximo anterior de diciembre de 2019. Pero, la producción de shale oil se está desacelerando y aumentan las voces que señalan que su máximo de producción ocurrirá en esta década.
Hasta ahora, EEUU es el único país en el que el fracking ha tenido éxito. Aunque la técnica se utiliza en Canadá, China, México y Argentina, ningún otro país ha obtenido del fracking resultados comparables. Ante la crisis energética provocada por la invasión rusa a Ucrania, en varios países europeos renació el debate sobre el fracking como alternativa de seguridad energética.
De hecho, el fracking ha sido una empresa que ha generado muy pocos beneficios financieros. Existe la sospecha de que el fracking es una empresa geopolítica más que económica. EEUU ha impulsado una política energética agresiva en la extracción de shale oil mediante fracking por razones estratégicas más que de rentabilidad.
En la actualidad, domina la idea que no hay y no habrá problemas con la producción mundial de petróleo. Si hiciera falta, puede incrementarse cuando se desee: bastará con recurrir al fracking. De hecho, desde 2020, la mayor preocupación en política energética es alcanzar “cero emisiones netas”. Por lo tanto, pareciera que no tiene sentido preocuparse por producir más petróleo. Al contrario, lo importante es instalar más sistemas de energía renovable y empezar a consumir menos petróleo.
A medida que el movimiento del Peak Oil se disolvía, comenzó a crecer el discurso de Peak Oil Demand. La International Energy Agency (IEA) ha pronosticado que la demanda mundial de petróleo alcanzará su máximo hacia 2030, quizás en 2028, y después comenzará a declinar a medida que las energías renovables cubran una porción cada vez mayor de la demanda energética. Al parecer, nos sentimos más cómodos con la idea de que renunciaremos voluntariamente (por nuestra conciencia ecológica sobre el cambio climático) a la sustancia que nos permitió construir una civilización de alta tecnología, que con la idea que manejaba el movimiento del Peak Oil de que ya no podríamos incrementar la producción de petróleo porque los recursos remanentes son cada vez más costosos de extraer.
Pero Peak Oil Demand en 2030 (o antes) no es un dato, es un pronóstico. Como todo pronóstico, está basado en modelos que pueden fallar (de la misma forma que fallaron modelos de base científica de Peak Oil hace dos décadas). Los modelos no predicen el futuro, son herramientas que permiten construir escenarios para comprender y evaluar el futuro. Además, debe señalarse que la IEA tiene un largo historial de pronósticos fallidos. Por si fuera poco, Peak Oil Demand es un modelo construido a partir de tendencias de crecimiento de energía renovable en las economías más desarrolladas. ¿Hay certeza de que China, India, Asia Pacífico y África dejarán de demandar petróleo dentro de 5 años? Con las tendencias geopolíticas actuales, es algo muy poco probable. Además, si no es con petróleo, ¿cómo se van a desplegar la energía renovable? Desde la minería hasta su instalación, los sistemas de energía renovable se construyen y se instalan con máquinas movidas por diésel.
Lo que sí es un hecho es que la producción de petróleo convencional ha declinado en buena parte del mundo. México, Noruega y Argelia son ejemplos de caídas dramáticas de la producción petrolera en el siglo XXI. De hecho, el incremento de la producción mundial de petróleo en los últimos 15 años ha dependido de recursos no convencionales que son más costosos de extraer. El shale oil obtenido mediante fracking, especialmente en el campo de Permian, en Texas, y el petróleo sintético obtenido de las arenas bituminosas de la provincia de Alberta, en Canadá, han sido la principal fuente de crecimiento del suministro global de petróleo. Tras la pandemia, el incremento de la producción se ha restringido aún más. En palabras de Goehring y Rozencwajg, consultores de Natural Resource Investors, “nunca antes el crecimiento del suministro de petróleo había sido tan geográficamente concentrado. Seis condados en el oeste de Texas son ahora responsables del 100% de todo el crecimiento de la producción global”.
La geopolítica parece boicotear la transición energética. Primero, la invasión rusa a Ucrania provocó una escalada de precios de gas y petróleo que encareció los proyectos de energía renovable como consecuencia de la inflación. Las tensiones en Medio Oriente también han impulsado los precios y el riesgo de disrupciones de abastecimiento. La IEA estima que la demanda mundial de petróleo crecerá en medio de las interrupciones del transporte marítimo en el Mar Rojo por los ataques de los rebeldes hutíes. Ningún conflicto es eterno, pero el retorno a una estabilidad geopolítica no parece estar a la vuelta de la esquina.
La demanda de petróleo continúa creciendo. Peak Oil Demand en 2030 suena muy bien para la política climática, pero ni el despliegue de energía renovable sigue el ritmo esperado, ni el mercado de autos eléctricos crece al ritmo que señalaban los escenarios optimistas. Quizás el petróleo podría decir lo mismo que Mark Twain: “Los informes de mi muerte son una gran exageración”. El problema del discurso de Peak Oil Demand es que asume que la transición energética se producirá sin grandes perturbaciones. Pero la civilización global requiere petróleo. No se puede renunciar al petróleo sin transformar profundamente la civilización global.
Al mismo tiempo, quizás sería importante recordar lo más relevante que el movimiento del Peak Oil intentó decir hace un par de décadas: el petróleo no es infinito y las leyes físicas (no sólo las inversiones y la tecnología) son decisivas para su extracción.
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