Por Luis Vielma Lobo (*)
En la década de los años 70, después de la guerra del Yom Kipur, entre árabes e israelíes, los precios del petróleo dieron el mayor salto cuántico de la historia, al pasar de 2,25 dólares el barril a 12.50 dólares, lo cual significó un incremento de seis veces su valor, consecuencia del embargo árabe a la producción diaria de petróleo a occidente.
Esa situación no solo sacudió el mundo energético, también impactó al mundo financiero, y por primera vez, a finales de la década, se inició un cambio de paradigma en cuanto al consumo de hidrocarburos o energías fósiles.
A partir de esa fecha, Estados Unidos y otros países establecieron incentivos a empresas y ciudadanos para lograr ahorros en el consumo de petrolíferos y el uso del gas como combustible de calefacción; asimismo, la industria vehicular detonó programas de investigación para sustituir la física de los motores de combustión interna con la intención de reducir el consumo de gasolina y desarrollar nuevos diseños en los materiales o metales usados en la construcción de los chasis de los vehículos, buscando hacerlos más livianos, utilizando para ello metaloides y plásticos, cuyos componentes ya estaban siendo producidos por la industria petroquímica.
Ese fue un primer aviso que contenía tres importantes mensajes: primero, la energía fósil sostiene el crecimiento manufacturero y financiero del mundo; segundo, está concentrada en áreas geopolíticamente muy volátiles y susceptibles de depender de decisiones religiosas o de credo que no miden su impacto económico de las mismas, y finalmente, esta energía costará cada vez más, aun siendo gobernada por la ley de oferta y demanda del mercado.
A partir de ese momento se inició también un justificado interés en los gobiernos, la academia y las empresas fabricantes de vehículos, por entender el mundo de la energía y sus fundamentos fisicoquímicos básicos para, a partir de allí, buscar opciones alternas a la energía fósil.
Fue así como se recordó la historia del hombre y su supervivencia en tiempos ancestrales, cuando utilizaba la madera o leña de los árboles para tener fuego y poder calentarse. Más tarde descubrió cómo la fuerza de las aguas se podía convertir en energía hidráulica para generar energía mecánica, y luego convertirla en energía térmica. Y finalmente, aprovechó lo que tenía más a la mano, el sol y los vientos, para convertirlos en energía.
Fueron los países que no tenían, o tenían escasos recursos fósiles, aquellos que dedicaron mayores capacidades, tiempo e intensidad en la búsqueda de opciones alternas a la generación de energía a través del uso de los hidrocarburos, pues sus economías eran las más afectadas por el vaivén de la oferta como consecuencia de ese fatídico año de 1972, cuando estalló el conflicto entre árabes e israelíes. Es así como los países asiáticos, liderados por Japón, inician un camino virtuoso de descubrimientos en el área de energías alternas, comenzando por los vehículos híbridos, siendo un vehículo japonés el primero en llegar al mercado y ofrecer una alternativa real a los vehículos de combustión interna.
Europa, que apenas despuntaba en la exploración de hidrocarburos en el Mar del Norte, mantenía, en países como Holanda, España y Francia, su tradición histórica hacia el uso de molinos de viento para generar energía mecánica y térmica. Finalmente, la investigación dio sus frutos al descubrirse los paneles solares, los cuales tuvieron inicialmente un uso doméstico, para luego convertirse en una opción importante en muchas fábricas localizadas en parajes remotos, sin acceso viable a la electricidad.
La década de los 80 fue de intensa actividad científica gracias al apoyo de los gobiernos a la investigación en universidades y fundaciones, lo cual incentivó a las empresas privadas a profundizar en los fundamentos físicos de las energías alternas, con el fin de desarrollarlas más rápidamente y poder hacerlas más competitivas y facilitar su masificación.
Brasil destacó en Latinoamérica, en la década de los años 80 y 90, con el descubrimiento, análisis y desarrollo del etanol a partir del uso de la caña de azúcar. Este ha sido el primer biocombustible con gran poder energético, el cual se convirtió inicialmente en un complemento a la gasolina y posteriormente en un combustible en sí mismo, con gran uso en dicho país y por muchas empresas a nivel mundial, como componente de mezcla para rendir la gasolina.
De allí el interés, principalmente de empresas europeas y asiáticas, por desarrollar paneles para energía solar, aerogeneradores para energía eólica y baterías para su almacenamiento. Asimismo, en el desarrollo de biocombustibles a partir de la caña de azúcar y el maíz, para competir con la gasolina en el mercado de los combustibles. No es extraño que sean estos países los que decidieron ofrecer y competir en el mercado de generación, almacenamiento y distribución de energías alternas a nivel global, y como estrategia de posicionamiento eligieron los países con grandes poblaciones rurales y con gran crecimiento poblacional, como India, Brasil y México, entre otros.
Este marco de referencia histórico está siendo descartado por México, al cuestionar el uso de las energías eólicas y solar, y además degradar su uso en el clausulado de la nueva Ley de la Industria Eléctrica, recientemente aprobada. También está descartando una opción que le permite ampliar de una manera rápida y eficaz el desarrollo de zonas densamente pobladas y que aún carecen del fluido eléctrico, y se encuentran como en tiempos paleolíticos, usando otras energías naturales, como la leña y el carbón.
La seguridad y soberanía energética comienzan por desarrollar estrategias claras para el uso de una matriz de energía, que dé prioridad a la cantidad de megavatios que la empresa productiva nacional, CFE, pueda producir, y luego permitir la incorporación de proveedores adicionales que vayan llenando los espacios que la empresa nacional no puede cubrir. Paralelamente a lo anterior, debe diseñarse un plan de transferencia de tecnología de las empresas privadas internacionales a la empresa nacional y a otras empresas nacionales que puedan constituirse, utilizando técnicos y mano de obra con gran experiencia, y a aquellos que están retirados de la actividad laboral y que aún están en una edad productiva para aportar sus conocimientos en favor del país.
(*) Luis Vielma Lobo, es Director General de CBMX Servicios de Ingeniería Petrolera, Director del Centro Integral de Desarrollo del Talento (CIDT) y presidente de la Fundación Chapopote, miembro del Colegio de Ingenieros Petroleros de México, Vicepresidente de Relaciones Internacionales de la Asociación Mexicana de Empresas de Servicios, AMESPAC, colaborador de opinión en varios medios especializados en energía, conferencista invitado en eventos nacionales e internacionales del sector energético y autor de las novelas “Chapopote, Ficción histórica del petróleo en México” (2016) y “Argentum: vida y muerte tras las minas” (2019).