Los gases de efecto invernadero (GEI) son gases que retienen parte de la radiación infrarroja que emite la Tierra tras ser calentada por el Sol, es decir, gases que retienen energía en la atmósfera. Aunque no son contaminantes, la actividad humana ha incrementado su concentración, lo que, por ende, ha repercutido en la sostenibilidad del planeta.
Si bien es cierto que muchos GEI se producen de forma natural, su emisión, derivada de las actividades industriales y, sobre todo, de la quema de combustibles fósiles, ha multiplicado por 100 la tasa de incremento de estos gases en la atmósfera en los últimos 60 años.
Como consecuencia, los patrones de nieve y precipitaciones cambió, las temperaturas medias han aumentado y fenómenos climáticos extremos, como olas de calor e inundaciones, se dan con más frecuencia.
Existen distintos tipos de gases de efecto invernadero y su contribución al calentamiento global varía; por ejemplo, el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4) y el óxido nitroso (N2O), están presentes en la atmósfera de manera natural, pero son también generados por las actividades humanas.
Mientras que los gases fluorados de efecto invernadero, emitidos únicamente por actividades del ser humano, pueden producir un efecto miles de veces mayor que el CO2. Se incluyen en este tipo los hidrofluorocarburos (HFC), perfluorocarburos y el hexafluoruro de azufre (SF6).
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