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El mayor riesgo de Pemex: aislarse de la aldea global

Por Luis Vielma Lobo (*)

 

Recientemente tuvimos la oportunidad de participar en un evento, cuyo tema central estuvo relacionado con el sector de los hidrocarburos, y más específicamente con la industria petrolera y el futuro de la empresa productiva nacional; allí se contrastaron opiniones acerca de este tema, el cual siempre deja aprendizajes importantes.

La interesante discusión nos permitió recordar que el sector es una cadena de suministro, así como la relación y conectividad construida a lo largo del tiempo, que se acercan a los principios de la aldea global de Marshall McLuhan, pues la geología no tiene fronteras y las tecnologías utilizadas en las industrias son, hoy día, universales.

McLuhan trajo a discusión en la década de los años 60, la tesis del gran impacto que ya tenían los medios en las personas y las organizaciones, y como en el futuro, las tecnologías de comunicación convertirían el mundo en una aldea global. Desde ese entonces, tenía una visión de un mundo interconectado, mucho antes de que la red informática mundial – WWW por sus siglas en inglés – fuese inventada. McLuhan sostenía que la aparición de la prensa escrita había sido la palanca de la revolución industrial, y que las nuevas tecnologías de comunicación serían la plataforma del desarrollo universal en el siglo XXI.

No era la industria petrolera el centro de su mensaje, pero esta ha sido una fiel exponente de la importancia de la tecnología en el desarrollo de la energía fósil, desde hace más de 100 años. También ha puesto en práctica el uso de la tecnología de las comunicaciones, para ampliar sus fronteras y convertir sus mejores prácticas en banderas de conocimiento alrededor de todo el mundo.

Cuando McLuhan desarrolló su concepto de aldea global en la década de los años 60, ya esta era una realidad en la industria de los hidrocarburos. La búsqueda de cuencas cuyos subsuelos fueran ricos en carbono fuera de los Estados Unidos había despertado el interés de los exploradores norteamericanos desde finales del siglo XIX, y ellos ya andaban por el mundo siguiendo las huellas de los dinosaurios y otros animales prehistóricos, los cuales han sido la fuente orgánica que dio origen al petróleo, el mineral más importante que se haya producido, por su impacto en el desarrollo de la humanidad.

En la medida que se fueron dando los descubrimientos de cuencas petrolíferas en todo el mundo – desde el Medio Oriente hasta la Patagonia argentina, y desde las bases de la Cordillera de los Andes en Suramérica, hasta Alaska – el mundo petrolero quedó interconectado, a través de tecnologías, prácticas, conocimiento, y un léxico especializado que ha caracterizado desde entonces a la industria.

Con el paso de los años el valor de este mineral desató la codicia de los hombres, y en las diferentes regiones del mundo donde se habían descubierto yacimientos petrolíferos, los gobiernos empezaron a reclamar sus derechos y a reflejar en sus leyes la participación que el Estado debía recibir.

Difíciles fueron los inicios de esta relación entre el Estado y los empresarios tecnócratas, que pensaban en crear riqueza, corriendo un gran riesgo para llegar a las profundidades de la tierra, en la búsqueda de las formaciones de hidrocarburos – ricas en carbono e hidrógeno – con la ayuda de sus tecnologías, mismas que permitían detectar el lugar donde se encontraban, y que también les permitían alcanzarlas cada vez a mayores profundidades.

Difícil entender, para la gente fuera de esa industria, la pasión y el arrojo de esos hombres y mujeres para vencer adversidades y lograr extraer ese líquido de características únicas y olor muy particular, que ya había desatado la ambición de políticos y gobiernos, fueran estos reinados, democracias, dictaduras religiosas, o militares.

Y fue ese el origen de la aldea global petrolera; llegaron primero los pioneros exploradores, luego los inversionistas y sus compañías privadas, y más tarde los gobiernos y sus empresas nacionales, estableciendo un sistema internacional de gobernanza, regido por las tecnologías y las mejores prácticas, respetando las regulaciones de los países.

Por ello es difícil entender que una empresa nacional como Pemex, la cual ha ocupado un lugar preponderante en la escala mundial de las compañías petroleras, se encuentre sumergida en una etapa crítica de su desarrollo. Es difícil asimilar cómo puede aislarse esta empresa de la aldea global, si ha sido desde su fundación un ícono histórico del país y la región.

La cadena internacional de suministro de la industria no separa las empresas nacionales de las internacionales. Las tecnologías y las prácticas están disponibles y son utilizadas por unas y otras. En muchos lugares son socios tecnológicos. Las empresas de servicio están en cada punto petrolero de la aldea, y son la respuesta más efectiva y eficiente para el logro de resultados por parte de las operadoras. Muchas de ellas han nacido como empresas nacionales de servicio, de la mano de ex trabajadores de esas empresas internacionales.

Esperamos que el gobierno nacional vaya asumiendo la realidad de la industria y la amplitud de su cadena de suministro, para que haga el uso más adecuado de la misma. México, más que abrir sus fronteras a la inversión privada después de 75 años, sencillamente amplió su cadena de suministro, invitando a empresas con músculo tecnológico a explorar en sus cuencas agotadas, y también en nuevas fronteras de aguas profundas.

También dio la oportunidad a algunas para que se convirtieran en aliados de su empresa nacional, y de esta manera fortalecer su capacidad de ejecución, con tecnologías y capital fresco, para aliviar su peso en el presupuesto nacional, y maximizar la extracción de sus yacimientos maduros e incrementar su aporte en ingresos al fondo petrolero de la nación.

El gobierno nacional debe también considerar que esta apertura de la industria ha beneficiado al país desde el año 2015 y que los proyectos de la industria son de largo plazo, no son de sexenios. La industria y la empresa nacional, se ha mantenido por muchos años, gracias al esfuerzo visionario, estratégico y competente de sus ejecutivos, técnicos y trabajadores, quienes han sido responsables de su crecimiento a lo largo de su historia. Los gobiernos en cada sexenio están en el deber de apoyarla y hacer máximo uso de sus competencias sustantivas.

 

(*) Luis Vielma Lobo, es Director General de CBMX Servicios de Ingeniería Petrolera, Director del Centro Integral de Desarrollo del Talento (CIDT) y presidente de la Fundación Chapopote, miembro del Colegio de Ingenieros de México, Vicepresidente de Relaciones Internacionales de la Asociación Mexicana de Empresas de Servicios, AMESPAC, colaborador de opinión en varios medios especializados en energía, conferencista invitado en eventos nacionales e internacionales del sector energético y autor de las novelas “Chapopote, Ficción histórica del petróleo en México” (2016) y “Argentum: vida y muerte tras las minas” (2019).

 

 

 

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