Por Mikhail Smyshlyaev
Instituto para el Desarrollo de Tecnologías de Combustibles y Energía (IRTTEK)
El carbón es un tema doloroso para los italianos. En particular, no fueron los momentos históricos más agradables los relacionados con él. Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, el país quedó devastado, por lo que en 1946 se llegó a un acuerdo con Bélgica para enviar trabajadores italianos a las minas de carbón de Charleroi. A cambio de miles de trabajadores, los belgas suministraban carbón a sus vecinos del sur.
Al principio se marcharon los jóvenes, luego los familiares. Los carteles que ofrecían trabajo en las minas empezaron a aparecer por todas partes en las ciudades italianas. Pero las condiciones de trabajo y de vida eran terribles. La seguridad también era un problema, y los accidentes eran frecuentes. Y al final todo acabó en tragedia en una de las minas, donde en 1956 un incendio mató a 136 italianos. El acuerdo del carbón entre Italia y Bélgica se rompió.
Y ahora, tras décadas de historia del carbón en Italia, el final puede estar a la vista. Un caso en el que renunciar a este sector energético no sólo puede tener sentido práctico, sino también psicológico.
Por supuesto, para renunciar a algo hay que encontrar un sustituto. Por ejemplo, en forma de gas. Utilizar el gas natural como el «puente» más adecuado para la transición energética no es una idea nueva, por decirlo sin rodeos. Y la Unión Europea lleva tiempo alimentando esta idea como una de las etapas de la transición para abandonar los combustibles fósiles. A nivel legislativo, este plan también ha sido aprobado recientemente: el gas natural y la energía nuclear son reconocidos oficialmente por los europeos como medios para alcanzar la neutralidad climática.
Junto con Alemania, Austria y otros países vecinos, Italia también se ha agarrado a la mano salvadora del gas natural. Italia renunció a la energía atómica a finales de los 80, tras la catástrofe de Chernóbil, así que la «mano amiga» no podía ser otra que el gas. Y en los últimos años, los italianos han estado construyendo nuevas centrales eléctricas de gas y modernizando las existentes.
Pero ¿de dónde sacar gas para todos estos buenos propósitos? Antes procedía de Rusia, pero ahora ha sido sustituido casi en su totalidad por gas procedente de África, sobre todo de Argelia. El GNL también procede de Qatar y Estados Unidos. A principios de 2024, el ministro de Energía, Gilberto Pichetto Fratin, declaró que Italia casi había eliminado su dependencia de las importaciones de gas natural ruso, reduciendo su cuota al 4% en 2023.
Mientras tanto, tanto la energía solar como la eólica produjeron una cantidad récord de electricidad en Italia, según datos del año pasado. Los parques eólicos produjeron la cifra récord de 23,4 teravatios hora (TWh) de energía. Los paneles solares también superaron su cifra anterior, alcanzando los 30,6 TWh.
Como resultado, las renovables cubrieron casi el 37% de la demanda, un 6% más que en 2022. Pero aún hay margen para crecer, porque en 2030 esta cifra debería alcanzar el 70%. Y la simple aritmética demuestra que este umbral no se alcanzará sin una aceleración.
Al mismo tiempo, el sector del almacenamiento de energía empieza por fin a desarrollarse activamente. No hace mucho, en Mallorca (España), ENDESA puso en servicio la mayor instalación de almacenamiento de energía renovable de Europa. Pero también en Italia este tema ha avanzado. Y, en general, el sector energético «verde» italiano parece haber empezado a despertar.
No hace mucho, a los activistas ecologistas italianos les gustaba pintar de negro con carbón el agua de la mundialmente famosa Fontana di Trevi, en Roma, en señal de protesta por la inacción de las autoridades ante el cambio climático. Pero quizá sus métodos pierdan pronto vigencia.
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