Por Miriam Grunstein
Caras vemos y resultados no sabremos hasta días después de la elección. Empero, por ahora, Marcelo podrá ver la suya en el espejito y, al preguntarle qué candidato es el más bonito, oirá dos nombres desde la superficie humeante: Xóchitl o Claudia, Claudia o Xóchitl. Las preferencias, lamentablemente para él, no lo reflejan.
Ya fuera yo hombre, mujer o cualquier otra “cosa,” esperaría que cualquiera de estas dos candidatas inserte un eje transversal de género en su propuesta energética. Claudia ya ha reconocido que la falta de energía eléctrica afecta más a las mujeres que a los hombres. Eso lo dijo hace más de un año, al estar aquí Jennifer Granholm en un foro donde estuvo presente su homóloga, Rocío Nahle, cuyos cromosomas no le han dictado una política energética inclusiva.
Esperamos que, si acaso llegara Claudia a ocupar la silla, no se olvide de que habló de las mujeres en la cocina frente al anafre, abanicando el fuego que calienta las tortillas y carboniza los pulmones, de ella y de los pequeños a su lado. Claudia tiene la mente científica que le permite entender los impactos de la pobreza energética sobre las mujeres. Ha leído y puede citar artículos de publicaciones especializadas, de la ONU, o de otros organismos internacionales que han puesto el acento sobre cómo los malos energéticos discriminan a las mujeres y a los niños.
Lo que Salamanca no ha dado, la naturaleza sí presta. La historia de Xóchitl sustituye cualquier carencia libresca. En Tetapec, Hidalgo, fue una niña otomí que acarreaba leña, seguramente para calentar su hogar, sus alimentos. A Xóchitl no le cuentan lo que es aspirar del metate, lo bueno y lo malo. Bien dicen que no hay mejores frijolitos que los que se cocinan con leña, siempre y cuando haya ventilación en la cocina —si es que la hay—. De no ser así, el humo de los frijoles, las tortillas, del hogar ocluye los pulmones y esa niña —lejos de la mujer que hoy aspira a la presidencia—no hubiera podido arrancar hacia la movilidad social y convertirse tal vez en la única competidora de Claudia cuyos abuelos, como los míos, no descendieron de los otomís sino de los barcos.
Ambas tendrán sus méritos y sus carencias como candidatas a la presidencia. Sin embargo, la prueba del fuego será si convierten sus saberes y experiencias en políticas públicas para que las mujeres y los niños (niñas incluidas) carguen cada vez menos leña y tengan acceso a energéticos, limpios y modernos que les permitan salir de casa para educarse, emprender, independizarse, optar por tener familia —o no—.
Ignoro si ellas están conscientes del peso que tuvo la energía, no sólo en darles abrigo y comida, sino para poner en marcha sus aspiraciones y elevarlas a dónde están hoy. Sólo por eso, el compromiso que estas mujeres deben tener con mejorar las condiciones de las consumidoras de energía debe ser plena, auténtica y eficaz. Ya sea porque una pudo leer a todas horas, y ahora brilla bajos los reflectores; y otra pasó de cargar leña a ocupar altos cargos públicos, ambas se lo deben, en gran medida, a que gozaron y gozan de energía.
Que no se olviden de las mujeres y niños que aún viven a oscuras.
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