Por Dr. Antonio Sámano Ángeles,
Académico de la Facultad de Responsabilidad Social de la Universidad Anáhuac México
En la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, existen datos reveladores y preocupantes referentes a la eficiencia energética que muestran que, el 13% de la población mundial aún no tiene acceso a servicios modernos de electricidad, 3000 millones de personas dependen de la madera, el carbón vegetal o los desechos de origen animal para cocinar y calentar la comida, la energía es el factor que contribuye principalmente al cambio climático y representa alrededor del 60% de todas las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero.
La contaminación del aire en locales cerrados, debido al uso de combustibles para la energía doméstica, causó 4.3 millones de muertes en 2012; seis de cada 10 de estas fueron mujeres y niñas. En 2015, el 17,5% del consumo final de energía fue de energías renovables.
Ante esta problemática, la eficiencia energética se ha convertido en una de las preocupaciones y tareas de la agenda internacional para preservar de manera responsable el uso de los recursos energéticos, para reducir la huella de carbono, con lo que se contribuye al desarrollo sostenible mediante prácticas de responsabilidad social en todas las organizaciones tanto empresariales, públicas, sociales, académicas y vida cotidiana de las personas.
La eficiencia energética se entiende como la relación entre la cantidad de energía utilizada y la cantidad de trabajo realizado para producir los bienes y servicios, que se utiliza como referente para medir la disminución de la huella ambiental o ecológica de los procesos productivos de la industria, el comercio, el transporte y la vivienda, entre otros. Su objetivo es optimizar el uso de la energía para obtener la máxima producción, servicios o beneficios con el menor consumo posible.
Para lograr esta eficiencia energética es importante utilizar tecnologías y prácticas que disminuyan el consumo energético, reduciendo así el despilfarro y las emisiones de gases de efecto invernadero, como son el vapor de agua (H2O), el dióxido de carbono (CO2), el óxido nitroso (NO2), el metano (CH4) y el ozono (O3).
Las prácticas a las que nos referimos, justamente tienen relación directa con la responsabilidad social, la cual en una de sus definiciones nos plantea la necesidad de revisar los impactos de nuestras decisiones y acciones tanto personales como organizacionales en las dimensiones económica, social y ambiental para contribuir con el desarrollo sostenible de la sociedad y aspirar al bien común.
Estos impactos pretenden que, de manera equilibrada y armónica, se aborden de forma voluntaria como una nueva forma de gestión de las organizaciones y, con ello, lograr un comportamiento socialmente responsable, cumpliendo las expectativas de los grupos de interés (stakeholders).
El impacto ambiental a que hace referencia la responsabilidad social, debe atender la eficiencia energética mediante el uso racional del consumo energético en la producción, consumo y uso de los bienes y servicios necesarios para la vida cotidiana, empresarial, pública, social, cultural, política, etc. Para ello, existen diversos actores que participan como promotores de la responsabilidad social para contribuir al desarrollo sostenible, distinguiendo básicamente cuatro sectores: sector privado, sector público, sector social y sector académico.
Ante este planteamiento, podemos afirmar que la responsabilidad social juega un papel importante para que, desde la dimensión ambiental, se puedan realizar prácticas que permitan una eficiencia energética como estrategia de negocio o gestión dentro de las organizaciones, mediante distintas líneas de acción manifiestas en la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, que plantea 17 Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) y 169 metas.
En el rubro energético destacan los siguientes: ODS 7, Energía asequible y no contaminante; ODS 9, Industria, innovación e infraestructura; ODS 11, Ciudades y comunidades sostenibles; ODS 12, Producción y consumo responsables y; ODS 13, Acción por el clima. Estos ODS pretenden que, como tutores del medio ambiente, gestionemos la preservación del entorno para garantizar que las generaciones presentes y futuras tengan el hábitat natural que requieren para la subsistencia de la humanidad y de cualquier ser vivo en términos ecológicos, como lo señaló el informe Bruntland.
Estos 17 ODS tienen como ejes rectores a las personas, prosperidad, planeta, paz y alianzas; con ello, se pretende atender el llamamiento internacional para lograr la sostenibilidad del planeta y garantizar la sobrevivencia de las generaciones futuras, en torno a los problemas sociales, económicos y ambientales en el mundo, independientemente de la clasificación de los países en desarrollados y emergentes.
Esta sostenibilidad, en términos ambientales, refiere la necesidad de atender las problemáticas ecológicas que desequilibran los entornos, a través de distintas líneas de acción establecidas en los ODS que impactan en la eficiencia energética. Específicamente, el ODS 7, Energía asequible y no contaminante, convoca a la comunidad internacional y a los distintos actores del desarrollo sostenible a realizar una gestión ambiental eficaz y eficiente con prácticas tendientes a lograr la optimización de los recursos en los procesos cotidianos e industriales concretamente de energías limpias y no contaminantes, disminuyendo con ello la visión antropocéntrica que se tiene de este problema.
Dichas prácticas socialmente responsables, de manera congruente con el ODS 7, Energía asequible y no contaminante, se deben de alinear proactivamente para establecer como parte de su estrategia de gestión energética para el desarrollo sostenible el logro de las metas más relevantes que garanticen en el año 2030 el acceso universal a servicios energéticos asequibles, fiables y modernos, así como aumentar la proporción de energía renovable en el conjunto de fuentes energéticas.
De igual forma, es necesario duplicar la tasa mundial de mejora de la eficiencia energética, aumentar la cooperación internacional para facilitar el acceso a la investigación y la tecnología relativas a la energía limpia, incluidas las fuentes renovables, la eficiencia energética y las tecnologías avanzadas y menos contaminantes de combustibles fósiles, y promover la inversión en infraestructura energética y tecnologías limpias.
Asimismo, ampliar la infraestructura y mejorar la tecnología para prestar servicios energéticos modernos y sostenibles para todos en los países en desarrollo, en particular los países menos adelantados en consonancia con sus respectivos programas de apoyo.
Finalmente, podemos afirmar que para cumplir con esta promesa de los ODS de la Agenda 20230, que es una tarea de todos para que nadie se quede atrás en el desarrollo, específicamente en eficiencia energética, debemos involucrar y articular armónicamente a todos los sectores y personas para que realicen prácticas de responsabilidad social que coadyuven con este objetivo 9 de Energía asequible y no contaminante, tan importante para contribuir con el desarrollo sostenible y lograr la eficiencia energética requerida para la sostenibilidad de las generaciones presentes, sin comprometer la de las generaciones futuras, que dé cuenta de un comportamiento socialmente responsable y sostenible.
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