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El poder del cambio: acciones de hoy para los retos del mañana 

En México, la urgencia por operar de forma sostenible es palpable al observar retos ambientales y sociales que lamentablemente parecen cotidianos: comunidades que dependen de acuíferos sobreexplotados; pueblos y ciudades que enfrentan cortes de agua; y zonas metropolitanas con contingencias ambientales por calidad del aire. En este escenario, la sostenibilidad deja de ser un concepto aspiracional y se convierte en una condición clave para la operación de las empresas, comunidades y ecosistemas.

De acuerdo con datos del Banco Mundial, se estima que para el año 2030 la disponibilidad promedio anual de agua en México esté por debajo de los 3 mil metros cúbicos por habitante, en comparación con los 10 mil que había en 1960. Sin embargo, existen diferencias regionales significativas. En el caso del Valle de México, la contaminación de las aguas superficiales genera una sobreexplotación de los mantos acuíferos, mientras que el cambio climático exacerba el estrés hídrico con periodos de sequía más extensos.

Las empresas del sector energético nos encontramos en el centro de esta tensión, pues además de generar energía de manera confiable y competitiva, nuestra responsabilidad es hacerlo de forma que no comprometa el acceso a recursos para las próximas generaciones. Eso nos exige repensar cómo diseñamos, operamos y medimos nuestro trabajo, lo cual no solo implica hacer referencia a marcos regulatorios, normativas o al cumplimiento de estándares internacionales; también debe hacer referencia a decisiones diarias, muchas veces invisibles, que determinan si realmente estamos construyendo valor o solo mitigando riesgos.

Gracias a la experiencia desarrollada en Valia Energía, una lección que me ha ayudado a comprender mejor la evolución de la industria energética es que no hay sostenibilidad sin territorio. Ninguna planta opera en el vacío; cada una se ha establecido en una cuenca, en una comunidad y se vuelve parte de un ecosistema. Reconocer esto cambia la lógica, porque entonces nos obliga a dejar de pensar en la sostenibilidad como un conjunto de indicadores y nos lleva a entenderla como una relación viva con el entorno.

El recurso que define nuestro futuro

En el caso de nuestra compañía, Valia Energía, requerimos de agua para la generación en centrales eléctricas de ciclo combinado y eso nos ha llevado a innovar para reducir 5% el consumo de agua cruda en nuestras plantas y a reutilizar flujos internos que antes se perdían. Ese dato puede parecer pequeño, pero detrás hay algo más grande: convocatorias internas, equipos proponiendo soluciones, personal especializado discutiendo cada litro y comunidades con programas de captación pluvial.

Y es que, cuando hablamos de agua, hablamos también de confianza, resiliencia y un futuro compartido. Este recurso se vuelve un punto de encuentro entre lo técnico y lo humano: entre indicadores de eficiencia hídrica y la necesidad real de una familia por contar con agua purificada en su hogar. Esa doble dimensión es lo que le da sentido a cualquier estrategia.

La sostenibilidad no puede quedarse en lo técnico, tiene que ir acompañada de diálogo con las comunidades, de programas educativos, de proyectos de formación y de alianzas intersectoriales. Un litro de agua reutilizado no es solo una cifra, también representa explotar menos una cuenca, asegurar mayor disponibilidad de agua para una comunidad y convertirnos en una compañía con más capacidad de adaptación en un territorio.

Sin embargo, aunque el agua es uno de los grandes desafíos que enfrentamos en materia de sostenibilidad, no es el único. En Valia Energía hemos aprendido que la sostenibilidad se fortalece cuando se aborda de manera integrada. Por ejemplo, la seguridad y salud de los colaboradores no puede desligarse de la confiabilidad operativa, ni de la relación con las comunidades, o en donde la diversidad e inclusión no son solo políticas internas, sino herramientas para enriquecer la toma de decisiones y fortalecer la innovación.

En estas tareas, la tecnología también juega un papel fundamental, porque nos abre nuevas posibilidades para mejorar nuestra operación, e incluso nos da la oportunidad de ser más creativos, pues sabemos que las mejores soluciones digitales pierden sentido si no se diseñan tomando en cuenta la realidad del territorio en que son aplicadas, pues los avances más relevantes ocurren cuando se conectan las capacidades técnicas con el conocimiento local.

La sostenibilidad como convicción

Aunque aún tenemos mucho camino por recorrer, nuestro Reporte de Sostenibilidad 2024 nos ayuda a ordenar nuestros esfuerzos y a mostrar con transparencia lo que avanzamos o lo que aún tenemos pendiente por atender. Elaborar un reporte de este tipo bajo estándares internacionales como GRI, SASB o TCFD es fundamental para dar certidumbre y comparabilidad, pero lo que realmente lo vuelve valioso es cómo nos obliga a mirarnos en el espejo: a identificar riesgos, reconocer áreas de mejora y poner sobre la mesa temas que no siempre resultan cómodos.

Cada capítulo del reporte refleja algo más que métricas; son conversaciones, dilemas y decisiones que tomamos como organización. Por ejemplo, cómo hemos equilibrado nuestra eficiencia operativa con la conservación de la biodiversidad; cómo fortalecemos las cadenas de suministro sin dejar de lado a la proveeduría local; o cómo garantizamos condiciones de trabajo seguras en un sector que, por su propia naturaleza, implica riesgos. Estos son debates que no se resuelven solo con políticas, sino con una cultura de coherencia y con una visión de largo plazo.

Por eso en Valia Energía, uno de nuestros principios es que la sostenibilidad debe ser vista menos como un listado de compromisos y más como una forma de demostrar resultados. Y en la industria energética, esa mirada ya no es opcional: no se trata de “cumplir” o “reportar”, sino de asumir un rol activo en la construcción de territorios más resilientes e inclusivos.

El cambio no está únicamente en los documentos ni en los reportes, sino en cómo lo vivimos todos los días, en cómo cada colaborador se pregunta qué puede hacer distinto, en cómo cada decisión técnica incorpora la perspectiva ambiental y social, y en cómo cada comunidad nos recuerda que la legitimidad se gana únicamente con hechos.

Creo que esa es la verdadera medida de nuestro impacto: no lo que decimos, sino lo que transformamos en el territorio. Porque el poder real del cambio no solo se construye en las oficinas corporativas, sino también en las plantas, en los campos, en los pueblos y en las ciudades donde día con día se juega el futuro de la energía.

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